Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 1 de junio de 2025


Y lo que Barbarita no dudaba en calificar de encanallamiento, empezó a manifestarse en el vestido. El Delfín se encajó una capa de esclavina corta con mucho ribete, mucha trencilla y pasamanería. Poníase por las noches el sombrerito pavero, que, a la verdad, le caía muy bien, y se peinaba con los mechones ahuecados sobre las sienes. Un día se presentó en la casa un sastre con facha de sacristán, que era de los que hacen ropa ajustada para toreros, chulos y matachines; pero doña Bárbara no le dejó sacar la cinta de medir, y poco faltó para que el pobre hombre fuera rodando por las escaleras. «¿Es posible dijo a su niño, sin disimular la ira , que se te antoje también ponerte esos pantalones ajustados con los cuales las piernas de los hombres parecen zancas de cigüeña?». Y una vez roto el fuego, rompió la señora en acusaciones contra su hijo por aquellas maneras nuevas de hablar y de vestir.

Tenía un comedor interior muy lóbrego donde se juntaban empleados de exiguas mesadas, con sus chaquets ribeteados de trencilla parda y los calzones en hilachas, ilustres mártires de la Administración, en la lamentable compañía de sus esposas y de sus criaturas la infancia fea por el tatuaje de la miseria , que palmoteaban gozosas ante los manteles vinosos y corcusidos, exclamando: ¡Qué gusto, hoy vamos a comer de fonda!

Pocos meses antes, los mismos objetos y muebles que allí había estaban limpios y ordenados: ahora el polvo velaba las tablas del aparador, grandes manchas de grasa afeaban las puertas a la altura de las manos, los visillos blancos del balcón parecían grises, los cojines en que don José apoyaba las piernas estaban medio destripados en el suelo, y el mugriento hule que servía de tapete a la mesa mostraba descosidas y colgando hasta la estera las tiras de su ribete de trencilla.

La tal muchacha, con sus 14 años, su carita rosada y sus piernas gruesas y bien torneadas, era algo apetitoso y tentador y hacía la desesperación de los dandys del barrio, que no perdían ocasión de verla pasearse en la vereda con sus coquetos vestiditos rosa, sus delantales negros guarnecidos de trencilla punzó con pliegues de pestaña, haciendo cantar sus zuequitos escotados, y moviendo al son de esa música su cuerpo flexible y airoso.

Su cuerpecillo, magro y desvencijado por el diario chocar con los esquinazos de la miseria, se guarece en un chaquet ribeteado de trencilla, de un negro desvaído, al que las virtudes de constante pulcritud de su dueño han dado un magnífico brillo que miran envidiosos los puños deshilachados y la tirilla restaurada con tiza, por el buen parecer, el día en que Su Excelencia tiene la bondad de llamarle a la firma.

Es que ignoro tambien cómo se llaman los camisolines en francés. Mi mujer. Llevemos al menos los manguitos. Yo. Es que ignoro cómo se llaman los manguitos. En resumidas cuentas, tuvimos que volver al hotel, y tomar una porcion de notas del Diccionario. ¡Trencilla, ovillo, manguitos, camisolines! He pasado hoy el estrecho de Magallanes en plena tempestad.

Las ropas casi impalpables por lo finas, los perfumes más rebuscados, los corsés llenos de encajes no conseguían destronar de su memoria los lienzos que envolvían a Cristeta, el natural aroma de su limpio cuerpo y el modesto corsé blanco que tanto les hacía reír, entre impacientes y burlones, cuando se le hacía nudos la trencilla. ¡Misterio incomprensible!

Hemos empleado una gran parte de la mañana en hacer varias pequeñas compras. Mi mujer. Compremos ahora un ovillo de hilo. Yo. Es que yo ignoro cómo se llama el ovillo en francés. Mi mujer. Pues, compremos trencilla para atar las botas. Yo. Es que yo ignoro cómo se llama la trencilla en francés. Mi mujer. Pues compremos siquiera los camisolines. Yo.

Palabra del Dia

ayudantes

Otros Mirando