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La tal muchacha, con sus 14 años, su carita rosada y sus piernas gruesas y bien torneadas, era algo apetitoso y tentador y hacía la desesperación de los dandys del barrio, que no perdían ocasión de verla pasearse en la vereda con sus coquetos vestiditos rosa, sus delantales negros guarnecidos de trencilla punzó con pliegues de pestaña, haciendo cantar sus zuequitos escotados, y moviendo al son de esa música su cuerpo flexible y airoso.

Es verdad que las niñas no decían a doña Andrea que, aunque no las había en el colegio más aplicadas que ellas, ni que llevaran los vestiditos más blancos y bien cuidados, ni que, en la clase y recreo mostrasen mayor compostura, los vales a fin de semana, y los primeros puestos en las competencias, y los premios en los exámenes, no eran nunca para ellas; los regaños, .

Maldito sea quien trae por acá semejantes demoniuras. ¡Y la bribona de la Píntiga, mire usted! ¡Nunca me gustó su cara de intiricia!... Le dieron cuartos, mujer, le dieron cuartos: que piensas.... A ... ¡más y que me diesen mil pesos duros en oro! Y soy una pobre, repobre, que sólo para tener bien vestiditos a mis pequeños me venían... ¡juy! ¡Condenar el alma por mil pesos!

Ella fue quien reconstruyó la iglesia, ella quien mantenía la botica del presbiterio a cargo de Paulina, la sirvienta del cura, ella quien, dos veces por semana venía en su gran landó, cubierto de vestiditos de niños y gruesas enaguas de lana, a buscar el abate Constantín para salir a caza de pobres, como ella decía. El anciano sacerdote continuó su camino pensando en todo esto.

Bien puedes creerme, Paca, no hay tío más desalmao ni más hereje. El otro día, seis duros tristes que tenía apartados para hacer unos vestiditos á los niños, me los quitó y se fué con ellos cantando á la taberna y no vino en dos días á casa... Pues no parece... ¡Anda! ¡Ya lo creo que no parece! ¡Como que el que lo ve le apetece cogerlo y ponerlo en el altar de San José en lugar del santo!

Su papá está lejos, lejos de la casa, trabajando para ella, para que la niña tenga casa linda y coma dulces finos los domingos, para comprarle a la niña vestiditos blancos y cintas azules, para guardar un poco de dinero, no vaya a ser que se muera el papá, y se quede sin nada en el mundo «la hijita». Lejos de la casa está el pobre papá, trabajando para «la hijita». La criada está allá adentro, preparando el baño.

Y, ¡luego los vestiditos que usaba!... Si eran lo más traidores: jamás cubrían las hermosas piernas tentadoras, calzadas, por lo general, con medias punzó. Esas piernas eran, para los adoradores de Rosita, como la miel para las moscas.

El anciano levantó la cara para verla, y continuó: ¡ Nada más que allí no se estilan vestiditos blancos, ni velos, ni coronas de azahares. Angelina hizo un mohín. ¿Me quiere usted tener contenta? Pues no le diga usted a su «muñeca» todas esas cosas.... ¡Vaya, vaya! ¿Enojadita estás? Pues, ¡chitón por ahora!