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Teniendo que visitar á la familia de Cabesang Tales al día siguiente, aprovechaba la noche para cumplir con aquel deber. Sentóse sobre una piedra y pareció reflexionar. Se le presentaba su pasado como una larga cinta negra, rosada en su comienzo, sombría despues, con manchas de sangre, despues negra, negra, gris y clara, más clara cada vez.

Entre tanto les enseñáron la ciudad, los edificios públicos que escalaban las nubes, las plazas de mercado ornadas de mil colunas, las fuentes de agua clara, las de agua rosada, las de licores de caña, que sin parar corrian en vastas plazas empedradas con una especie de piedras preciosas que esparcian un olor parecido al del clavo y la canela.

La perla de la mora Una mora de Trípoli tenía Una perla rosada, una gran perla: Y la echó con desdén al mar un día: «¡Siempre la misma! ¡ya me cansa verlaPocos años después, junto a la roca De Trípoli... ¡la gente llora al verla! Así le dice al mar la mora loca: «¡Oh mar! ¡oh mar! ¡devuélveme mi perla!» P/ Las ruinas indias.

No que su temperamento fuera ese, pues antes bien era un muchacho pacífico, gordinflón y de cara uniformemente rosada, en razón de gran bienestar. En consecuencia, lo suficientemente cuerdo para preferir un con leche y pastelitos a quién sabe qué fortuita e infernal comida del bosque.

Los que dormían se revolvieron en sus toscos lechos para soñar en la juventud, en el amor y en la vida. Campesinos de tosca cara y ansiosos buscadores de oro, ya en el trabajo, cesaron en sus faenas y se apoyaron en sus picos para escuchar a este romántico aventurero que, destacando a la luz de la rosada aurora, cabalgaba al paso castellano.

Al poco rato el niño se ha dormido. La madre ha cubierto a medias con la colcha su carita rosada, te ha llamado para que le contemples y admires. La casa entera parece desligarse del mundo y sumergirse en una gran quietud. Te dejas invadir con cierta amarga voluptuosidad por el romanticismo de la escena, en esta penumbra prohibida. El reloj da las doce, sus campanadas suenan como atónitas.

Amaury, al verla cerrar los ojos, se puso en pie de un salto, pero el doctor le detuvo diciéndole estas palabras: Ahora duerme; aún le queda una hora de vida. Efectivamente, Magdalena dormitaba con el último sueño de la vida mientras el crepúsculo ahuyentaba las sombras de la noche y las estrellas se eclipsaban una a una ante la limpia claridad de la rosada aurora.

Alguien, queriendo mortificarla, la dijo, en su cuarto del teatro, que á Leontina, una belleza pomposa y rosada que gozaba entonces de gran popularidad, la llamaban «la Déjazet del boulevard du Temple». A lo que, picada Virginia, contestó: «No me extraña; el duque de Orleans tenía en sus caballerizas un jumento que llevaba su nombre

Arriba en la inmensidad lívida, una pequeña nube, un encaje de luz rosada y pura, se irisaba como una maravillosa concha de nácar. Del alma de Adriana huían los pensamientos mezquinos y sus ojos se abismaron en la tristeza del firmamento pálido. Las cosas pasadas en aquellos días surgieron como fantasmas que bailaban precipitadamente en el sitio donde había desaparecido el sol.

Doña Paula, que había acompañado a su hijo hasta el portal, dijo con énfasis al cochero: A casa de don Pompeyo Guimarán... ya sabes.... , ... Dobló el coche la esquina; don Fermín corrió un cristal y gritó: Despacio, al paso. Miró la carta de Ana. Rompió el sobre con dedos que temblaban y leyó aquellas letras de tinta rosada que saltaban y se confundían enganchadas unas con otras.