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Se lo acababan de decir al salir del Café de París, con el palillo todavía entre los dientes. ¿Quién? Un personaje que entra y sale en la Rosada, como Pedro por su casa: tal ministro se apretaba el gorro, porque el que todo lo puede, se lo había sumido hasta las orejas. O si no era algo muy feo, descubierto en cierta repartición, o algo peor atribuído a algún fantoche de las esferas oficiales.

Nada de menjurjes de tocador, como en los tiempos que frecuentaba el mundo: su cutis, tratado al agua fría, tenía una palidez fresca, de rosada transparencia.

Inglaterra es el país de las mujeres hermosas, admirablemente hermosas, pero no bellas, es decir, estatuas de nácar primorosamente modeladas, con cabellos de oro, crespos y abundantes, ojos azules ó castaños, morbidez de formas, piel rosada y purísima, brazos encantadores, y todo un conjunto de Venus corporal, salvo eso si los piés, que pertenecen al género fosil ó antediluviano, porque son mastodónticos.

Sus picos, de un blanco intenso e inmaculado, se envuelven al caer la tarde en una nube rosada de indecible pureza. A occidente, el espacio, libre de montañas, nos deja ver las puestas de sol más maravillosas que he contemplado en mi vida.

Poco después, arrodillada al borde del baño, púsose a disolver sobre el cuerpo de su señora una substancia rosada y corrediza, que desprendía almizclado perfume. La joven se estremeció de pronto, como un pez sorprendido, entreabriendo luego los labios, cual si aspirara en el ambiente un ansia diseminada; y sus ojos volvieron a mirar hacia la misma parte del muro.

De lo que tal vez se dudaba era de si compartía doña Beatriz la pena del trovador, de si engreída con la pompa nupcial y con su triunfo, no se cuidaba de aquella pena o de si la convertía en su corazón en melancolía suave, en algo a modo de ensueño dulce, triste y vago que la brillante realidad iba desvaneciendo como se desvanece la pálida luz de las estrellas ante el alegre esplendor de la rosada aurora.

Cada evocación del pasado, le refería su amor, la alegría, el sol de su juventud. En uno de aquellos hornos ¿no había él mismo fabricado toda una minúscula vajilla de muñeca? Recordaba, como si este recuerdo hubiera datado de la víspera, su felicidad al recibir en pago de la sorpresa hecha a la niña, los frescos besos de su boca rosada.

Sobre la negra sotana con ribetes rojos descansaba la cruz de oro. Se apoyaba en un bastón de mando con cierta marcialidad, y las borlas de oro de su sombrero caían sobre su nuca grasienta, de una piel rosada y cubierta de pelos blancos.

No hay ninguna florecilla que pueda rivalizar contigo en gracia y en belleza, cuando balanceas al soplo del aire tu corona blanca y rosada. Toda la pompa de las otras flores, sin exceptuar a la rosa, no puede compararse con tu modesta belleza. Tu tallo enervado es el emblema de la melancolía, y la movilidad de tu cáliz flotante expresa las agitaciones de un corazón joven.

Momentos antes de que la rosada aurora abriese de par en par las ventanas del Oriente, Satanás, que amaneció de humor campechano, envió a Lancia al más travieso y juguetón de los demonios con encargo de despertarla. Batió sus negras alas el ministro de Averno sobre la ciudad y lanzó una carcajada horrísona, estridente, que logró arrancar de las profundidades del sueño a todos sus habitantes.