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Hemos empleado una gran parte de la mañana en hacer varias pequeñas compras. Mi mujer. Compremos ahora un ovillo de hilo. Yo. Es que yo ignoro cómo se llama el ovillo en francés. Mi mujer. Pues, compremos trencilla para atar las botas. Yo. Es que yo ignoro cómo se llama la trencilla en francés. Mi mujer. Pues compremos siquiera los camisolines. Yo.

Las doce mudas se reducían a doce camisolines, o sea doce cuellos y doce pecheras. ¡Oh, prodigios de la fantasía! La hermosa bailarina esperó en vano aquella noche a Julio Camba. Su labor teatral en América le dará dinero y gloria. Empleará el magín en forjar versos y situaciones dramáticas en lugar de asaltar editores y prestamistas.

Fuimos allá, lo que nos habia cautivado el ánimo era una coleccion de manguitos, camisolines, chambras y cofias. Pero uno de los anuncios en que más me he fijado, acaso por su exterioridad relumbrona, por su oratoria esencialmente francesa, es uno que hemos visto en la encrucijada que forman la calle Vivienne y las Hijas de Santo Tomás, en uno de los ángulos de la plaza de la Bolsa.

Es que ignoro tambien cómo se llaman los camisolines en francés. Mi mujer. Llevemos al menos los manguitos. Yo. Es que ignoro cómo se llaman los manguitos. En resumidas cuentas, tuvimos que volver al hotel, y tomar una porcion de notas del Diccionario. ¡Trencilla, ovillo, manguitos, camisolines! He pasado hoy el estrecho de Magallanes en plena tempestad.

El interior del buque presentaba el triste espectáculo del principio de un viaje marítimo. Los pasajeros amontonados luchaban con las fatigas del mareo. Veíanse mujeres en extrañas actitudes, desordenados los cabellos, ajados los camisolines, chafados los sombreros.