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Y aún sufría más por mi empeño de que aquí no se conociese tu situación. ¡Un Luna, el hijo del señor Esteban, el antiguo jardinero de la Primada, con el que conversaban los canónigos y hasta los arzobispos... mezclado entre la gentuza infernal que quiere destruir el mundo...! Por esto, cuando Eusebio el Azul y otros chismosillos de la casa me preguntaban si podrías ser el Luna de que hablaban los periódicos, yo decía que mi hermano estaba en América y que me escribías de tarde en tarde, por andar ocupado en grandes negocios. ¡Ya ves qué dolor!

Al sobrevenir la invasión sarracena se reanuda la serie de los arzobispos perseguidos. No temen ya por su vida, como en los tiempos de la intransigencia romana. Los musulmanes no dan martirio y respetan las creencias de los vencidos. Todas las iglesias de Toledo siguen en poder de los cristianos mozárabes, a excepción de la catedral, que se convierte en mezquita mayor.

El jardinero se indignaba ante la posibilidad de que esto ocurriera. ¡Ay! ¡Y para esto habían peleado con los moros tantos señores arzobispos de Toledo, conquistando villas, asaltando castillos y acotando dehesas, que pasaban a ser propiedad de la catedral, contribuyendo al mayor esplendor del culto a Dios! ¡Y para caer en las manos puercas de los enemigos de todo lo santo habían testado tantos fieles en la hora de la muerte, reinas, magnates y simples particulares, dejando lo más sano de su fortuna a la Santa Iglesia Primada, con el deseo de salvar su alma...! ¿Qué iba a ser de las seiscientas personas, entre grandes y chicos, clérigos y seglares, dignidades y simples empleados, qué comían de las rentas de la catedral...? ¿Y a eso llamaban libertad? ¿A robar lo que no era suyo, dejando en la miseria a un sinnúmero de familias que se mantenían de la «olla grande» del cabildo?

Aunque nacida en Bruselas, por las venas de la Camargo corría sangre española, y la pequeñez de sus manos, la finura de sus torsos y la brevedad de sus pies, decían claramente la distinción de su raza, familia noble que había dado á la Iglesia arzobispos y cardenales.

Todo lo escuchó Sancho, y lo tomó muy bien en la memoria, y les agradeció mucho la intención que tenían de aconsejar a su señor fuese emperador y no arzobispo, porque él tenía para que, para hacer mercedes a sus escuderos, más podían los emperadores que los arzobispos andantes.

El rey despues de un rato de descanso salió á la gran sala con sus insignias reales, y principió la comida, sentándose á la mesa del monarca los arzobispos de Toledo, Zaragoza, y Arborea, aunque á alguna distancia; en otra pero mas baja los obispos, abades, y priores, y en otra los ricoshombres que el Rey habia armado caballeros: despues los nobles, y á seguida los ciudadanos y síndicos de las ciudades.

Tras éstos, surgían en la interesante cronología los arzobispos guerreros; los prelados de cota de malla y hacha de dos filos; los conquistadores, que, dejando el coro a los humildes, montaban en su trotón de guerra y creían no servir a Dios si en el año no añadían algunas aldeas y montes a los bienes de la Iglesia. Llegaban en el siglo xi, con Alfonso VI, a la conquista de Toledo.

Nos limitaremos á contraponerle las siguientes afirmaciones: Que durante toda la Edad Media la España cristiana fué el pueblo más tolerante de toda la cristiandad: Que cuando venían cruzados á ayudarnos en la Reconquista, era menester echarlos ó luchar contra ellos, para que no matasen ni robasen á todos los judíos y mahometanos, faltando á los pactos y á la fe jurada: Que la sabiduría muslímica y rabínica y sus filósofos y doctores, en vez de ser perseguidos por los monarcas cristianos de España, hallaron con frecuencia en sus cortes protección y refugio contra las fanáticas persecuciones, ya de algunos califas de Córdoba, ya de los almoravides y almohades, en la época de las tremendas invasiones africanas: Y en fin: que esa sabiduría se difundió y se dió á conocer en el resto de Europa por medio de los cristianos españoles, arzobispos, obispos y sacerdotes casi siempre, que tradujeron, comentaron y explicaron los textos arábigos y hebráicos.

¡Y pensar, Gabriel continuó , que siendo lo que hemos sido en otros tiempos, nos vemos así...! y la mayoría de los que aquí viven no tenéis idea de lo rica que ha sido esta casa. Tanto como un rey, y en algunos tiempos, más. De muchacho sabías , como nadie, la historia de nuestros gloriosos arzobispos, pero de la fortuna que amasaron para Dios, ni una palabra.

Habría sido más galante, más piadoso, más romántico más en conformidad con los usos de este país encerrarla en santa Clara como una nueva Heloisa, para visitarla y confortarla de cuando en cuando. ¿Qué dice usted? Yo no puedo ni debo juzgar la conducta de los arzobispos, contestó el franciscano de mala gana.