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Con tal motivo, encontrándose una noche en la calle de San Florencio don Pedro Miranda y don Feliciano Gómez, ambos embozados en sus carriks, con los estoques desenvainados, prevenidos para cualquier evento, don Feliciano le gritó a don Pedro desde lejos: ¡Eh, amigo, al arroyo! Phs, phs; sepárese usted contesta don Pedro.

Florencio entonces, con el consentimiento de Leucato, se disfraza de celador de montes para residir, sin obstáculo, cerca de su amada y desbaratar los proyectos del Príncipe. El poeta explota esta situación de la manera más agradable.

Más tarde, su cuñado don Florencio Varela, le interrogaba sin cesar, deplorando que la educación y los gustos del viajero no le hubieran permitido anotar sus impresiones. Cané había realizado ese viaje estupendo, deteniéndose en todos los puntos en que encontraba buena acogida... y buenas mozas.

Entonces leí buena parte de «El Fistol del Diablo»; devoré las novelitas de Florencio del Castillo, y en dos días me eché al colecto los dos tomos de «La Guerra de Treinta Años», de Fernando Orozco, el más intencionado de nuestros novelistas. ¡Qué impresión tan penosa me causó ese libro! Me llenó de tristeza, y lastimó cruelmente mi corazón.

¡Quita, quita! dijo rechazándole. Tengo que hacerte una pregunta. ¿Dónde has estado esta mañana? ¿Esta mañana?... En muchas partes. En casa, en el Saloncillo, en la cochera... en la punta del Peón... ¿No has estado en la calle de San Florencio? ; he pasado por allí dos o tres veces. ¿Y a quién has encontrado? ¡Chica, qué yo!... A mucha gente.

El licenciado, hombre de una probidad admirable, declara que no sabe tocar las castañuelas, lo cual no impide que enseñe en catorce capítulos cómo han de tocarse. Para enseñar una materia no es absolutamente imprescindible saberla, cosa que se observa en la «Crotalogía» del licenciado Francisco Agustín Florencio y en casi todas las cátedras de las Facultades modernas.

El caballero no es otro que Florencio, amante de Nicea, inventor de esta treta, para estar al lado de su amada y guardarla de las asechanzas del Príncipe; pero éste sabe pronto que es su rival, y se ingenia de suerte, que lo hace salir de la casa.

Ahora bien: como los nervios son distintos en cada criatura, el licenciado no podía prever tan enorme variedad, y así ha preferido eludir toda previsión, que es una forma de tenerlo todo previsto. Respecto a la gracia, siendo ella don divino, cae fuera de la acción pedagógica del licenciado don Francisco Agustín Florencio. Las castañuelas es el único instrumento no sujeto a pautas ni a solfas.

En La noche toledana admiramos particularmente su ingeniosísimo plan, y su artístico y bien trazado desarrollo. Florencio, joven caballero granadino, se ve en la necesidad de huir á consecuencia de un desafío. Síguelo Lisena, su abandonada amante, y mientras lo busca en vano largo tiempo, se ve en los mayores apuros y en la necesidad de servir en Toledo en una posada.

En español conozco cinco traducciones, que no son sino pálidos reflejos del original ó amplificaciones del texto, adoleciendo todas ellas del defecto capital de ser por demas compendiosas ó arrostrarse demasiado sin ser completamente fieles. Habiendo hecho un estudio especial de esta composicion, me ensayé muy temprano en su traduccion por consejo del Dr. D. Florencio Varela.