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Y ello me demuestra que no es absolutamente necesaria la ortografía para razonar bien. Deseo, pues, complacer a mi bella comunicante. Y con tal fin elijo por tema de esta crónica la crotalogía, es decir, el arte de tocar los crótalos, nombre que los divinos griegos daban a las castañuelas. Creo que mi comunicante quedará complacida, pues no hay nada más alegre que unas castañuelas.

El último capítulo de la «Crotalogía» está consagrado a la manera de aprender a tocar sin necesidad de maestro. Es el capítulo más genial de la obra. Como el licenciado, según su propia declaración, no sabe tocar, tenía que inventar un método en que el maestro no fuera necesario, o mejor dicho, en que sólo la lectura de su «Crotalogía» nos pusiera en condiciones de repiquetear.

Así como de la lectura atenta de un tomo de filosofía se sale al cabo filosofando, de la lectura de la «Crotalogía» se sale también castañeteando. La idea del licenciado Francisco Agustín Florencio de suprimir la enseñanza práctica se ajusta a la pedagogía moderna, en la que todo está librado a la eficacia de los textos por mismos.

Pero conviene recoger algunas observaciones del licenciado Francisco Agustín Florencio estampadas en su monumental «Crotalogía». Habla extensamente de las maderas que deben emplearse en la construcción del instrumento: el granadillo, el nogal, el boj, el palosanto, el sándalo, el tíndalo, etc., etc.

Taylor hubiera sido bailarín, la castañeta hubiera sido también, naturalmente, el núcleo de sus impresiones, la piedra angular de todo el caramillo de ideas que sobre España formase; pero como yo no creo que el señor Taylor sea bailarín de oficio, hallo raro que califique á España de país de la castañeta, por más que en España las castañetas ó castañuelas se toquen desde muy antiguo, según lo atestigua Marcial en sus versos en elogio de Teletusa, que las repiqueteaba de lo lindo al gusto de Cádiz; por más que un docto fraile inventase y escribiese una ciencia nueva titulada Crotalogía ó ciencia de las castañuelas, y por más que mi ingenioso y erudito amigo D. Francisco Asenjo Barbieri, que en paz descanse, escribiese también un curioso discurso sobre tan alegre instrumento.

Pero si yo, con mi tendencia a la gravedad, lo hubiera entristecido, lea mi amiga la «Crotalogía» del licenciado Francisco Agustín Florencio, que es un libro clásico muy divertido.

Conviene anticipar que la palabra crotalogía no es invención mía. Sirve ella de título a un libro escrito en el siglo XVIII por el señor licenciado Francisco Agustín Florencio. En mi pequeña biblioteca guardo un elegante ejemplar como un tesoro bibliográfico. Divídese la obra en catorce capítulos luminosos y repiqueteadores que encierran la monografía más perfecta y acabada del arte castañuelero.

El licenciado, hombre de una probidad admirable, declara que no sabe tocar las castañuelas, lo cual no impide que enseñe en catorce capítulos cómo han de tocarse. Para enseñar una materia no es absolutamente imprescindible saberla, cosa que se observa en la «Crotalogía» del licenciado Francisco Agustín Florencio y en casi todas las cátedras de las Facultades modernas.

Pero dejemos la palabra al licenciado Francisco Agustín Florencio, el cual dice en su imponderable «Crotalogía»: «A estas perlas preciosas les hacían sus agujeritos por la parte superior: de este modo las juntaban de dos, tres o más y las traían pendientes de los dedos, agradándose sumamente del sonido que hacían dando unas con otras: así formaban un preciosísimo instrumento que tocaban con los dedos, además de un adorno gracioso y rico: y a lo uno y lo otro llamaban «crotalia», esto es, «castañuelas».