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Arrojose Lisarda a los pies de mi padre y confesó su delito, pidiéndole con lágrimas y desmayos la perdonase, y viese que el amor que la había cogido por don Baltasar de Peralta, al engaño la había llevado de hacerle creer, recibiéndole siempre a oscuras, que no era ella, sino su señora quien le recibía.

Sobrevino la justicia; ocultose el suceso a mi madre, que fuera impío decirla recién parida que se había quedado viuda y con aquellas apariencias; el mundo no juzga más allá de lo que se ve en la superficie, y todos echaron a la peor parte lo que había acontecido, y díjose, porque así lo creyeron, que mi padre, enamorado de la hermosura de Lisarda, secretamente se había venido de Nápoles, y con Lisarda se veía en secreto, y que tal vez algún otro enamorado, celoso de Lisarda, las dos muertes había hecho.

Y sucedió, que cuando aquella inaudita desgracia sobrevenía, mi madre me daba a luz a esta vida desventurada, que he sufrido y sufro. Al ruido de las espadas acudieron algunos criados; pero cuando llegaron sólo hallaron los dos cuerpos sin vida de mi padre y de Lisarda, y el postigo abierto, por donde claramente, a lo que parecía, el autor o los autores de aquellas muertes habían escapado.

Contestó Lisarda a aquella segunda carta, siempre con el nombre de mi madre, suplicando a don Baltasar no la diese más músicas, que escandalizarían sin duda alguna a la vecindad, y que era mejor, por lo que a su recato convenía, fuese a hablar con ella, ya muy vencida la noche, por una reja oscura, escondida bajo unos soportales que a una callejuela excusada daban.

El salvado tan milagrosamente de las garras del Demonio resuelve entonces consagrar el resto de sus días á servir á Dios, confirmándolo aún más en su propósito la noticia, que tiene, del arrepentimiento decidido de Lisarda, y de su bienaventurada muerte. He aquí, en general, los motivos dramáticos empleados por Mira de Mescua.

Lisarda, conociendo que ha sido engañada, se desespera también á su vez; ve que le han robado su honor, que su amante le es infiel, y temiendo la venganza de su padre, decide al cabo huir con Don Gil.

Dejamos mi relato, señor Miguel de Cervantes, en el lugar en que, habiendo abierto Lisarda el postigo, entrose por él don Baltasar de Peralta, y en aquel mismo momento, y antes de que el postigo se cerrase, metiéronse por él espada en mano mi padre y su primo Francisco de Rivalta, que este era el nombre de mi difunto marido.

En el segundo acto encontramos á los dos en un paraje agreste y montañoso, en donde llevan vida de salteadores, matando y robando á los caminantes, y cometiendo hasta con placer todo linaje de crímenes. Entre los viajeros, que caen en sus manos, se cuentan el padre de Lisarda y su hermana Leonarda.

Vio con esto el cielo abierto don Baltasar, y avanzando viento en popa por el dulce mar de su amor y de su deseo la nave de sus esperanzas, acudió a la siguiente noche a la reja, donde acabó de perderse en su error, y de perder a mi madre, la inocente, que un tal engaño y una tal traición había de pagar tan caros; y no pasando mucho tiempo, porque la infame Lisarda, oyendo con demasiada facilidad y ansioso deseo los consejos de su lascivia, no tardó en franquear un postigo, que por un zaguán a una oscura sala baja daba, al enamorado don Baltasar.

Y aquí, para que sepáis lo que sucedió, empieza esta historia, que es la prosecución de la que yo os he contado ya, señor Miguel de Cervantes, hasta el punto en que, engañado mi padre por la traición que a mi madre hacía su doncella Lisarda haciendo creer a don Baltasar de Peralta, como ya os dije, que con mi madre, y no con una doncella suya, tenía amores, mi padre, llamado por un su pariente, acudió a sorprender, engañado, a la que creía su esposa adúltera.