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Actualizado: 13 de junio de 2025


¡Jesús, que café, capitán! dijo Bertita, haciendo un gracioso mohín de desagrado al saborear el negro líquido que humeaba en la taza: nunca podré acostumbrarme á estos brebajes recordando el Moka que se tomaba en casa del Ministro, el primo de este. Pues no digo á ustedes nada, del que se servía en la embajada de Rusia, ni el que se daba en las soirées de la Baronesa: ¡Jesús, Jesús, qué país!

Los días anteriores, por inverosímil que parezca el hecho, no había pensado en confeccionar uno siquiera de sus delirantes brebajes. El regreso de Nápoles á Barcelona había sido triste; el buque tenía un ambiente fúnebre sin su dueño. Por todas estas razones, se le fué la mano á Caragòl en la medida, prodigando la caña hasta que el líquido tomó un color de tabaco.

Aquí no hay echadoras de cartas, ni agoreras pitonisas; pero el género no es desconocido, La mangcuculam suple aquí las rayas de la mano, la sota de bastos y los setenarios del amor, con los brebajes del jonjon y los sahumerios de la gayuma. Nuestro conocido Bindoy no tuvo necesidad de recurrir á medios extraordinarios.

Mientras más me sueno, más abrumada tengo la cabeza. Estoy harto de beber aguas. ¡Demonio con las aguas! No quiero más brebajes. Tengo el estómago como una charca. ¡Y me dicen que tenga paciencia! Cualquier día tengo yo paciencia. Mañana me echo a la calle. Falta que te dejemos. Al menos ríanse, cuéntenme algo, distráiganme. Jacinta, siéntate a mi lado. Mírame. Si ya te estoy mirando.

Moría don Príamo, o más bien, reventaba con los diabólicos brebajes, dejando como resumen de sus despreocupaciones un testamento cuya copia había leído Jaime. El guerrero de la Iglesia legaba el cuerpo de sus bienes, así como sus armas y trofeos, a los hijos de su hermano mayor, lo mismo que habían hecho siempre todos los segundones de la casa.

Los del Camarote oponían notario a notario, actas a actas, quejándose de la insubordinación de la mayoría, de sus votaciones, en asuntos que no eran de su competencia. Cuando terminó la sesión, don Mateo fué introducido en el despacho del alcalde. Estaba tomando una limonada purgante. Cada pocos días necesitaba uno de estos brebajes para desalojar la bilis que se le acumulaba en el estómago.

Este, sinembargo, tenia el atrevimiento de subírseme á la cabeza, sin la menor ceremonia, obligándome á multiplicar los brebajes de café. Tuvo al fin piedad de la posadera y me mandó servir puchero. «Un puchero español! me dije con trasporte; vamos, esto será mejor que la Catedral y el Alcázar.» !Mentirosa ilusion!

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