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Actualizado: 11 de julio de 2025
Los del Camarote oponían notario a notario, actas a actas, quejándose de la insubordinación de la mayoría, de sus votaciones, en asuntos que no eran de su competencia. Cuando terminó la sesión, don Mateo fué introducido en el despacho del alcalde. Estaba tomando una limonada purgante. Cada pocos días necesitaba uno de estos brebajes para desalojar la bilis que se le acumulaba en el estómago.
Por fin habló don Luis. Al cabo de muchos años de silenciosa vida parlamentaria, el Diario de Sesiones imprimió su nombre, no sólo en el tipo común empleado para las votaciones, sino también en letras negrillas que saltaban a la vista, diciendo: EL SE
Los indianos de Sarrió permanecían por entero indiferentes, adormecidos por aquella vida holgazana y metódica en que el recuerdo de sus trabajos y penalidades de América les llenaba algunas veces de horror, y hacía más amable todavía su situación actual. ¡Qué les importaban a ellos las votaciones del ayuntamiento, las perrerías que El Faro y El Joven Sarriense se lanzaban, ni los chismes que sin cesar traían conmovida a la villa!
Cuando se hubo marchado, Pepe dio las gracias al bibliotecario y le preguntó quién era aquel señor. Es don Luis María de Ágreda, senador, muy buena persona. De estos que no hablan nunca, y progresista a la antigua, pero muy rico. No hace más que asistir a las votaciones, aunque está diciendo siempre que va a hablar... y nunca habla. Después le dio las señas de la casa de don Luis y se separaron.
Cosas de política.... Eso del obispo y el gobernador... lo de las votaciones que corre prisa... en fin... cosas de política. La Regenta no insistió. Se retiró sin acercarse a su marido, que no la buscó tampoco para darle el beso en la frente con que solían despedirse todas las noches. Respiró Quintanar cuando se vio solo. «Aquello había salido bien. No se había descubierto.
Palabra del Dia
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