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Actualizado: 22 de junio de 2025


Avanzaron á marcha forzada por él, y llegando á la peña de Sobeyana se detuvieron. Era el sitio más á propósito para la siniestra emboscada que preparaban. Ocultos entre los avellanos y nogales que guarnecían el camino esperaron. No se tardó media hora sin que llegasen á sus oídos los ¡ijujús! de los del Condado, que regresaban los primeros á sus casas henchidos de alegría y orgullo.

Nolo y los de Fresnedo los alcanzaron cerca de la peña de Sobeyana y les calentaron bien las espaldas. Todos levantan la cabeza y admiran el porte gallardo de entrambos jóvenes. ¡Bravo mozo! exclamó D. Félix mirándole con complacencia. No hay otro más real ni más valiente desde el Condado á los Barreros manifestó el vecino que había hablado.

Desde aquí nos hemos ido á la cama. Ya sabes que la peña de Sobeyana no está en el camino de Villoria. Aunque lo niegues es igual. Hasta los gatos saben en el pueblo lo que habéis hecho: yo mejor que ninguno porque estaba en los maizales de la vega esperando á ver si quedaban algunos pocos rezagados para abollarles los cascos. ¡Á no me han metido en casa, puño!

El glorioso Bartolo aprovecha la confusión para acercarse á Nolo y le dice: Ya que esta noche en la peña de Sobeyana habéis zurrado la piel á esos cerdos de Lorío. Todos te lo agradecemos, Nolo. En este pueblo siempre tendrás guardadas las espaldas. Muchas gracias, Bartolo responde el héroe mientras en sus labios se dibuja una sonrisa altiva. Nada de eso que me dices.

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