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Actualizado: 4 de julio de 2025
Hacia un instante que la señorita Guichard estaba agitada y moviendo los pies como si quemase el suelo. Al oir las últimas palabras no pudo contenerse y exclamó en voz alta: ¡Mal aconsejado! ¡mal aconsejado! ¿Por quién? Cálmese usted, querida señorita, dijo con aire asustado la alcaldesa.
El vive muy satisfecho. Con el producto de seis u ocho solares y de un rancho cafetero le basta y sobra para vestir a la señora alcaldesa, y a su hijo, un muchacho idiota hinchado de vanidad. En Villaverde se trabaja poco, lo suficiente para comer, no andar desnudo, pasar el día, y ¡santas pascuas! Quien se excediese en el trabajo sería un tonto de capirote. No por eso ganaría más.
En segundo lugar, la alcaldesa era una gallega de admirable fuerza y robustez, y naturalmente era más temible a sus ojos que el doctor Bartolo lo había sido a los de su modelo.
Muy buena para la alcaldesa de Palomares. ¡Una cama de matrimonio! ¡Y qué cama! Una grosería. ¿Y lo demás? Nada. Allí no hay sexo. Aparte del orden, parece el cuarto de un estudiante. Ni un objeto de arte. Ni un mal bibelot; nada de lo que piden el confort y el buen gusto. La alcoba es la mujer como el estilo es el hombre. Dime cómo duermes y te diré quién eres. ¿Y la devoción?
Ahora, si se casa conmigo me hará buena vida; ¡eso sí!, me dejará hacer lo que me dé la gana, me tocará su flauta cuando se lo pida, y me comprará lo que quiera y se me antoje. Si fuera su mujer, tendría un pañolón de espumilla, como Quela, la hija de tío Juan López, y una mantilla de blonda de Almagro, como la alcaldesa. ¡Lo que rabiarían de envidia!
En aquel momento hablaba con la señora Tournemine, mujer del alcalde de la Celle-Saint-Cloud, sin dejar de observar con el rabillo del ojo á los jóvenes desposados, que, poco á poco, se habían quedado solos en el hueco de una ventana. Señorita, he aquí un día lleno de emociones para usted, dijo la alcaldesa.
La mujer acomodada de una aldea, la rústica que paga jornales, la alcaldesa de monterilla, no se conmueve ni esparce nunca. Dentro de su casa es una afanada hormiga: en la calle, ó cuando recibe la visita de un forastero, no habla sino lo más preciso, no sonríe ni por casualidad, desea perderos de vista, demuestra una misantropía horrorosa.
Inmensos carros de mudanza vinieron de París cargados de muebles y tapices. Cuarenta y ocho horas antes de la llegada de madama Scott, la señorita Marbeau, directora de correos, y la señora Lormier, la alcaldesa, se habían deslizado en el castillo, y sus descripciones enloquecían a todo el pueblo.
Palabra del Dia
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