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Actualizado: 6 de junio de 2025


Y mientras los marineros procedían diligentemente al amarre del buque, continuaban sonando las músicas, los lejanos vivas, y un griterío de saludo cruzábase entre las gentes aglomeradas en las bordas y el negro hormiguero humano. ¿A usted le espera alguien? preguntó Isidro, como si le doliese que ellos dos fuesen los únicos que no tuvieran un amigo en el muelle. Fernando no supo qué contestar.

Por fortuna, la chalupa era alta de bordas, y los cocodrilos no podían entrar a saquear el interior; pero trataban de volcarla a coletazos, tan violentos, que habrían acabado por desguazarla.

Van-Horn, con la caña del timón en la mano, la barba revuelta y los ojos muy abiertos, miraba sin pestañear las olas y trataba de evitarlas para que no los tomaran de través; Hans, Cornelio y el chino, pálidos y aterrados, se ocupaban en achicar el agua que entraba por las bordas de la chalupa. Van-Stael de vez en cuando los animaba con una palabra o con un gesto, y les preguntaba: ¿Tenéis miedo?

Las magnificencias interiores de la bahía iban desarrollándose ante la muchedumbre agolpada en las bordas del trasatlántico. Aparecían entre los cabos de basalto coronados de vegetación extensas playas con pueblecitos de color rosa y torres de iglesia blancas, rematadas por una cúpula de azulejos.

Aglomerábase el gentío en sus cubiertas agitando pañuelos, dando gritos para llamar la atención de los pasajeros del trasatlántico alineados en las bordas. Y muchos de éstos, al avanzar sus cabezas para ver mejor a la muchedumbre que llenaba los pequeños buques, reconocieron caras amigas, saludándolas con gritos de regocijo y preguntas sobre los ausentes.

Ahora se poblaba su extensión amarillenta con buques de todas clases: fragatas cabeceantes que hundían sus proas en la espuma a impulsos de los hinchados trapos; vapores negros que regresaban a Europa después de librar su cargamento de carbón; goletas minúsculas inclinándose sobre las olas con una inestabilidad que arrancaba gritos de miedo a las mujeres agrupadas en las bordas del Goethe.

Después del almuerzo, la gente tomó el café a toda prisa y los salones quedaron abandonados, sonando en el vacío el abejorreo de los ventiladores y los trinos de los canarios. Todos se amontonaban hacia la proa, en las bordas de la cubierta, ansiosos de ver las islas. Empezaron a marcarse en el horizonte las gibas obscuras y borrosas de unas montañas emergiendo del mar.

Tened las anclas listas para lanzarlas á bordo de esos condenados. ¡Suenen los clarines y Dios proteja nuestra causa! Una aclamación unánime le respondió y las bordas del barco inglés aparecieron repentinamente cubiertas de proa á popa por una doble línea de cascos.

Miró en torno de él, sin distinguir nada amenazante en el mar; pero sobre una de las bordas de su embarcación vió cómo se movía una especie de hilo de araña. Este filamento había acabado por pegarse á la madera, como si fuese un ser vivo, mientras su extremo opuesto se perdía en la profundidad acuática. Era un cable igual á los de las máquinas aéreas.

A veces las olas, saltando por encima de las bordas, inundaban la cubierta. El agua corría por toda ella y salía con fragor de catarata por los canalones de babor y estribor. El viejo Horn, aunque estaba solo sobre cubierta, afrontaba el huracán con serenidad admirable.

Palabra del Dia

irrascible

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