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«Esto pasará se dijo Fernando . Un capricho... tal vez cierto rubor; miedo de verme otra vez. A la tarde o a la noche hablaremos, y como si no hubiese ocurrido nadaArriba, en la cubierta de paseo, vio a la gente agolpada sobre una borda de estribor, mirando al mar. Una tromba: una tromba de agua en el horizonte. Miró como los otros, pero sin ver nada extraordinario.

Y al mismo tiempo los negros pajarracos escribían papeles y más papeles en la barraca de Barret, revolviendo impasibles los muebles y las ropas, inventariando hasta el corral y el establo, mientras la esposa y las hijas gemían desesperadamente y la multitud agolpada á la puerta seguía con terror todos los detalles del embargo, intentando consolar á las pobres mujeres, prorrumpiendo á la sordina en maldiciones contra el judío don Salvador y aquellos tíos que se prestaban á obedecer á semejante perro.

Cuando, en la noche del Jueves Santo, el reloj de San Lorenzo daba el segundo golpe de las dos de la madrugada, abríanse instantáneamente las puertas y aparecía ante los ojos de la muchedumbre agolpada en la obscuridad de la plaza todo el interior del templo lleno de luces y con la cofradía formada.

Las magnificencias interiores de la bahía iban desarrollándose ante la muchedumbre agolpada en las bordas del trasatlántico. Aparecían entre los cabos de basalto coronados de vegetación extensas playas con pueblecitos de color rosa y torres de iglesia blancas, rematadas por una cúpula de azulejos.

El segundo día de la movilización, la gente agolpada en las inmediaciones de la estación del Este las vió llegar vestidas de negro, con un traje sobrio y casi monacal, un pequeño sombrero semejante á una gorra, un bolsito de mano y un paquete con lo más indispensable para la vida: dos camisas, dos pares de medias.

Al fin se llegáron á la primera casa del lugar, que tenia trazas de un palacio de Europa; á la puerta habia agolpada una muchedumbre de gente, y mas todavía dentro: oíase resonar una música melodiosa, y se respiraba un delicioso olor de exquisitos manjares.

Viéronse muelles con puente agolpada en sus bordes; edificios altos; arranques de calles que se perdían en lontananza entre una doble fila de árboles y faroles; luces movibles de tranvías y automóviles. Algunos pasajeros se agitaban de un lado a otro de la cubierta, como si les faltase el tiempo para desembarcar. ¡Ya estamos!... ¡Ya hemos llegado!