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Se muestra escandalizado por el carácter absurdo de su final. ¡Qué tiempos! El fugitivo refugiado en Amerongen le desconcierta y le irrita. ¡Y yo que le hacía el honor de compararlo con un teniente!... ¡Yo que le consideraba capaz de pegarse un tiro!...

Por esta razon es necesario, que los que han de enseñar públicamente sean hombres de buen exemplo y conocida literatura, porque suelen las letras y costumbres de los Maestros pegarse, digamoslo así, á los discípulos.

Este que apenas principia á estudiar, da con un tratado de filosofía y lee en voz alta, inocentemente y acentuándolo mal el principio cartesiano: ¡Cogito, ergo sum! El cojo se da por insultado, los otros intervienen poniendo paz pero en realidad metiendo cizaña y acaban por pegarse.

Por el centro de la ría pasaban pequeños remolcadores tirando de un rosario de gabarras, balandros de cabotaje de las matrículas de la costa, navegando lentamente por miedo á las revueltas; vapores que rompían las aguas con imperceptible movimiento hasta pegarse al descargadero.

Su boca pálida acabó por pegarse á la del náufrago con un beso imperioso. Y el agua de esta boca, subiendo al filo de los dientes, se desbordó en la suya con una inundación salada, interminable... Sintió hincharse su interior, como si toda la vida de la blanca aparición se liquidase, pasando á su cuerpo á través del beso impelente. Ya no podía ver, ya no podía hablar.

Pero cuando se está frente al Salto, viviendo en su atmósfera, contemplando su grandeza soberbia, se comprende que la cantidad de valor necesaria para pegarse un tiro o hundirse un puñal en el corazón, es un átomo insignificante, al lado de la resolución soberbia e impasible que animaba a Manfredo en la cumbre del Jung-Frau y que se desvanecía ante la grandiosa serenidad de la muerte bajo esa forma.

Desvariaba de tal modo, que la tía, alarmada, pensó con terror en lo que había dicho aquella noche, de pegarse un tiro si la suerte no lo favorecía; se le imaginó verle ya con el cráneo hecho pedazos, cubierto de sangre, después de haberse arrancado violentamente aquella vida que él decía no querer, ni haberla pedido.

Esta idea de la muerte dábale escalofríos. Ahora poco, había visto un bote de papel, que un golpe de caña hizo zozobrar, y que, sacado del agua y bien escurrido, pusieron a secar al sol; pues al rato, este bote navegaba otra vez como si tal cosa, desafiando a sus rivales nuevecitos... Quizá él cometía una gran tontería en pegarse un tiro, por pérdidas de juego; si todo el que pierde se matara, aviados iban a estar los jugadores.

Pero había que repetir la frase sacramental, las excusas de rúbrica, y mientras todos aseguraban que no tenían sed y preguntaban con enfado a los dueños de la casa por qué se molestaban, la lengua, seca por el calor, parecía pegarse al paladar, y los ojos se iban tras las tazas de filete dorado que contenían el humeante chocolate, las anchas copas azules, sobre las cuales erguían los sorbetes sus torcidas monteras rojas o amarillas, y las maqueadas bandejas cubiertas de dulces.

Calmosamente deshizo su muleta, la extendió, avanzando así algunos pasos, hasta pegarse casi al hocico del toro, aturdido y asombrado por la audacia del hombre.