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Maltrana comenzó a estudiar el bachillerato sin salir del Hospicio. Cada curso fue un motivo de entusiasmo para su protectora y su madre. Premios, matrículas honoríficas, palabras de satisfacción del director, ufano de que el establecimiento incubase tal prodigio. Se bebe los libros decía la Isidra . Yo no de dónde he sacado a este fenómeno. El señor José sólo le veía de tarde en tarde.

Suponiendo que la poblacion avecindada y la flotante suba á millon y medio de almas, que ciertamente no bajará, creo que á cada quince personas podria tocar un carruaje: creo que en Paris no hay menos de cien mil carruajes de todas matrículas y cataduras. Hablando solamente de los coches públicos, puedo asegurar que he llegado á ver hasta el número once mil y tantos.

Otro cuadro iluminado que gozaba gran estimación en la casa, era uno que tenía en medio la Rosa de los Vientos, y a los lados, todas las banderas, gallardetes y matrículas del mundo.

Tiago!... ¡Vaya! ¡si chinos infieles ha enterrado usted y con misa de requiem! Cpn. Tiago había nombrado albacea y ejecutor testamentario al P. Irene, y legaba sus bienes parte á Sta. Clara, parte al Papa, al Arzobispo, á las Corporaciones religiosas, dejando veinte pesos para las matrículas de los estudiantes pobres.

Figuraba en la Academia de Jurisprudencia como orador de esperanzas, y había fundado en compañía de otros una sociedad para la abolición de la esclavitud, y otra para abolir las quintas y matrículas de mar. En estos folletos solía venir debajo del título, a modo de sello, un pésimo grabado representando un negrito de rodillas y aherrojado con las manos levantadas al cielo.

Por el centro de la ría pasaban pequeños remolcadores tirando de un rosario de gabarras, balandros de cabotaje de las matrículas de la costa, navegando lentamente por miedo á las revueltas; vapores que rompían las aguas con imperceptible movimiento hasta pegarse al descargadero.

No hay otro remedio que tragarlo, tío Tremontorio le decían otros pescadores un tanto desengañados; pues cuando pidieron, por extrañas sugestiones, la abolición de las matrículas con el fin de verse libres de las levas, nadie les dijo, ni ellos lo cavilaron, que al desprenderse de una carga tan pesada, perdían, en consecuencia, el monopolio del mar y del puerto, que era la recompensa de ella.

Está al fin del libro de matrículas de 1566: «Los días pasados me hicieron merced de responderme con aquellos caballeros, los quales vinieron de su tierra de V.m.; y por no ser para más la carta que V.m. me ynbió no escribo más a V.m. el secretario mi señor. Véanse siquiera dos muestras.

No había cosa que no estuviera pronto a sacrificar por Mariquita: el estanco con anaquelería, puros, carteras de sellos, papeles de matrículas, todo se le antojaba poco para arrojarlo a los pies de aquella sirena. ¡Cuán horrible le parecía, al volver a casa, la severa figura de su esposa doña Frasquita! ¡Qué fea estaba con aquellos parches de alquitira en las sienes y aquella eterna labor de calceta azul entre las manos!

La situación de mi familia, nuestra pobreza, todo lo que me estorba para abrirme camino en la vida, me separa de . Tu padre ocupa una posición envidiable: ¿cómo quieres que su hija a un hombre que ha tenido que abandonar la carrera por falta de unos cuantos duros al año para libros y matrículas? Pero un día de vida, es vida.