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Actualizado: 12 de mayo de 2025


La costumbre de ver y oír diariamente los dichos y modales que son la moneda de nuestro trato social, es culpa de que no salte su extrañeza tan fácilmente a nuestros sentidos; mi amigo no pudo menos de abrirme el camino que el hábito tenía cerrado a mi observación.

Venía a ver qué era de ; si se me oía revolverme en la cama, para entrar, en este caso, a abrirme los balcones, si lo deseaba, y si no, para tener el gusto de darme los buenos días. Le agradecí mucho su cuidado, y después de abrazarle le pregunté cómo había pasado la noche y por qué madrugaba tanto. Como siempre, hijo del alma contestóme entre toses y jadeos . Y no me las Dios peores.

Observé que la criada la obedecía con prontitud y respeto, y lo mismo un criado a quien llamó para colocar la cómoda que hacía falta. ¿El joven que salió a abrirme es pariente de usted? le pregunté. ¿Eduardito?... Es mi hermano. Raro me pareció que llamase Eduardito a aquel mastuerzo, y más ella que podría pasar sin inclinarse por debajo de sus piernas.

Un momento después, don José se despedía desde dentro diciendo a Millán, que había vuelto a salir al comedor: Si hay noticias, ven mañana, ¿eh? y tráeme algún periódico, que es la única distracción que tengo. Descuide Vd., no faltaré. Adiós, doña Manuela; que pasen ustedes buenas noches, y de hoy en un año. Adiós, Leo. ¿Quién hace el favor de bajar a abrirme?

Pero se detuvo ante la familia de Nélida. El padre, sin moverse de su asiento, hablaba con Martorell, el poeta bancario, y Maltrana, después de escucharles unos segundos, se inmiscuyó en la conversación. Yo necesito, para abrirme paso, una señora que me proteja continuó don José . Pero eso no es fácil; en nuestro mundo hay modas, como en todos los mundos, y vanidades y categorías.

Subí por una escalera de mármol igualmente, acompañado del criado que salió a abrirme. En lo alto de ella estaba Isabel, sonriente y hermosa, que parecía un sueño. Vestía una bata blanca con adornos azules, y sus dorados cabellos caían en gruesa trenza sobre la espalda, con un lacito azul también en la punta. Comprendí mejor que nunca el loco amor de mi amigo Villa.

No oye Sol los cumplimientos que le dicen: no ve la sala que se encorva a su paso; no sabe que la escultura no dio mejor modelo que su cabeza adornada de margaritas, no nota que, sin ser alta, todas parecen bajas cerca de ella. Camina como quien va lanzando claridades, hacia Juan camina: Juan ¡Lucía no quiere abrirme! Yo creo que le pasa algo.

Y resumía su indignación con un fiero golpe en el pecho, afirmando varias veces que era muy hombre. Tal vez en tierra me sea más fácil abrirme paso. Yo no soy cura a la moda, pero soy cura español, y esto algo debe valer entre gentes que son de nuestra sangre, hablan nuestra lengua y profesan el catolicismo porque España fue la primera en descubrir sus tierras.

Provisto de ella, y después de haber convenido con Gloria la hora y las circunstancias de la visita, me personé en su casa a eso de las once de la mañana, preguntando por D. Oscar. La criada que salió a abrirme me condujo, al través del patio que yo había mirado tantas veces desde fuera, a la sala de recibo, desde donde Gloria me hablaba.

ELVIRA. Ya eres, Sancho, mi marido: Ven esta noche a mi puerta. SANCHO. ¿Tendrásla, mi bien, abierta? ELVIRA. ¡Pues no! SANCHO. Mi remedio ha sido; Que si no, yo me matara. ELVIRA. También me matara yo. SANCHO. El cura llegó y no entró. ELVIRA. No quiso que el cura entrara. SANCHO. Pero si te persuades A abrirme, será mejor; Que no es mal cura el amor Para sanar voluntades.

Palabra del Dia

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