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Actualizado: 12 de mayo de 2025
La situación de mi familia, nuestra pobreza, todo lo que me estorba para abrirme camino en la vida, me separa de tí. Tu padre ocupa una posición envidiable: ¿cómo quieres que dé su hija a un hombre que ha tenido que abandonar la carrera por falta de unos cuantos duros al año para libros y matrículas? Pero un día de vida, es vida.
Yo, cuando quiero a alguien, no soy como tú, que apenas haces caso de Millán. Pues mira: sus intenciones no pueden ser más claras. Esta noche he dicho yo eso de que bajabas pronto a abrirme cuando imaginabas que él venía; pero, en fin, allá tú. A mí me parece que no estás muy expresiva con él. ¡Tiene gracia! ¿Quieres que me le coma con la vista? ¡Ni que fuera una estampa!
Fui retardando el paso, para llegar a la puerta a las ocho en punto; ni un minuto más ni uno menos. La criada que salió a abrirme, y que me conocía del tiempo en que yo era dependiente de la casa, me acogió con alegría y quiso entablar conversación; pero la corté con un gesto grave, preguntándole con toda solemnidad por la señora doña Gertrudis Osorio, viuda de Bermúdez.
Concluyamos entonces... ¡Ah, señor!... si os sintiese... ¿Decididamente consientes ó no en abrirme? ¡Ah, sí, señor!... pero si me engañáseis... Mejor suerte has de tener que la que esperas... Pues bien... sí... sí, señor; id por el postigo. ¡Dios mío! El duque de Osuna se acercó al postigo, latiéndole el corazón. Esperanza abrió. Cuando hubo abierto, el duque la asió una mano y tiró de ella.
He sabido que no era ya superiora por la monja que salió a abrirme en el colegio; una monja guapa, por cierto, con ojos muy severos y acento extranjero. ¡Ah, sí! La hermana Desirée. Mal genio debe de tener. ¡Condenadísimo! No somos amigas. Cuando era educanda no me dejaba vivir. Hasta que un día vino el trueno gordo, ¿sabes?, quiero decir, hasta que le rompí la cabeza.
Llegué a Madrid, y como había alentado una ilusión acaso para entretener mi hastío, y esta ilusión era la atmósfera en que vivía, sin tomarme más tiempo que el necesario para lavarme y mudar de traje me presenté en el colegio. Salió a abrirme una persona desconocida, que me miró con extrañeza. ¿Doña Gregoria...? dije. No vive aquí, me contestó la criada y me dio con la puerta en las narices.
Es que llegué esta madrugada, a las cinco, cuando todos ustedes estaban entregados al sueño. ¿De veras? No quise despertar a nadie y me fui derecho a la alcoba de mi mujer que, por cierto, al pronto, no quería abrirme. Tanto miedo sentía. ¡Ya lo creo!... El que despierta sobresaltado...
¿Preso entre los criminales? ¡Gracias, señor L'Ambert! ¡Eso sería la deshonra de mi familia! ¡Seguirás bebiendo, o no? ¡Ah, Dios mío! ¿cómo beber cuando no se tiene dinero? Todo lo he gastado ya, señor L'Ambert. Me he bebido los dos mil francos íntegros; me he bebido mi tonel y cuánto poseía, y no hay un alma en la tierra que ya quiera abrirme crédito. Me alegro, perillán; hacen todos muy bien.
Declararse extenuada, era abrirme su corazón a dos manos y mostrarme el mal que en él había hecho yo. No lanzó ni un gemido de angustia. Se desplomó desfallecida. Un día le dije: Me ha curado usted, Magdalena; ya no la amo. Ella se quedó parada, se puso horriblemente pálida y vaciló como espantada por una maldad que la penetraba hasta el fondo del alma.
Ya lo tendréis vosotros, sin que ella lo envíe, para abrirme una gatera en las tripas. Pero seamos razonables: ¿qué vais a conseguir con eso? Compadécete de mí. Mira también por ti y no seas imprudente.
Palabra del Dia
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