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Hombre corrido por los mares y desgraciado en levas, pues le habían cogido dos, como dije al principio, era el refugio á que acudían aquellas pobres gentes para saber algo de la suerte que esperaba á los objetos de su cariño. Y diga, tío Tremontorio, ¿es verdá que los castigan mucho, que los pegan á bordo? preguntaba, entre sollozos, una pobre mujer.

¡No hay levas conmigo! replicó Monipodio . ¡La bolsa ha de parecer, porque la pide el alguacil, que es amigo y nos hace mil placeres al año! Tornó a jurar el mozo que no sabía della. Comenzóse a encolerizar Monipodio, de manera, que parecía que fuego vivo lanzaba por los ojos, diciendo: ¡Nadie se burle con quebrantar la más mínima cosa de nuestra orden; que le costará la vida!

No hay otro remedio que tragarlo, tío Tremontorio le decían otros pescadores un tanto desengañados; pues cuando pidieron, por extrañas sugestiones, la abolición de las matrículas con el fin de verse libres de las levas, nadie les dijo, ni ellos lo cavilaron, que al desprenderse de una carga tan pesada, perdían, en consecuencia, el monopolio del mar y del puerto, que era la recompensa de ella.

¡Por eso mesmo: á la ley me agarro, y viva la de nusotros! Pero una ley mata á otra, y la nueva es la que vale. En lo terrestre, pase; pero no en lo de la mar! Pero, hombre, y dempués de bien desaminao, ¿qué vale too ello? Y aunque valiera, si nos quitan las levas.... ¡Las levas ... retiña!