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Un amigo viene á buscarnos muy de mañana, y á propuesta suya, hemos empleado casi todo el dia en ver á Paris desde tres puntos diferentes: desde lo alto del arco del Triunfo, desde una orilla del Sena, y desde las alturas de Montmartre. La vista desde el arco es extensa, varia, pintoresca, rica, grandiosa.

Llegó el tren, tomamos asiento en un coche de primera, y Sarto, cómodamente arrellanado, reanudó su lección. Consulté mi reloj, mejor dicho el reloj del Rey, y vi que eran las ocho en punto. ¿Habrán ido a buscarnos? ¡pregunté. ¡Con tal que no descubran al Rey! dijo Tarlein inquieto, mientras que el impasible Sarto se encogía de hombros.

En la profundidad de su conciencia sentía una voz que sin cesar decía: "Yo valgo. Es preciso buscar los sucesos antes que ellos vengan á buscarnos. Animo, pues." Estos pensamientos eran los que ocupaban la mente de Lázaro en los días que siguieron á la partida de Clara. Cuando su determinación se hizo firme, vió con entusiasmo que su inteligencia adquirió más vigor y su pecho más osadía.

Había encontrado en el camino a una de las niñas de la choza que venía a buscarnos al señor de Seligny y a , de parte del señor de Montbreuse moribundo.

Empuñó D. Pedro su puñal y dijo a Aliatar en voz muy queda: Si se mueve Vd., le mato. Los suyos vendrán en seguida a buscarnos. 45 Mi palabra le doy, Gómez de Aguilar. No necesita Vd. mordaza para . Se la quitó su enemigo. Fiaba en la palabra de Aliatar como en la suya, porque la fama del alcaide de Loja era la de un perfecto caballero. 50

¡Antes de buscarnos motivos de ruptura, sería prudente esperar a que Martholl pidiera mi mano! Si no la ha pedido todavía, la pedirá, puedes estar segura, y no veo qué razón te haría rechazar a un novio tan extraordinariamente chic. Anda, no lo dudes, hay muchas probabilidades de que pronto seas la señora de Martholl.

La justicia no se descuidaba de buscarnos; rondábanos la puerta, pero, con todo, de media noche abajo, rondábamos disfrazados.

Quisiera don Quijote mirar si el cuerpo que venía en la litera eran huesos o no, pero no lo consintió Sancho, diciéndole: -Señor, vuestra merced ha acabado esta peligrosa aventura lo más a su salvo de todas las que yo he visto; esta gente, aunque vencida y desbaratada, podría ser que cayese en la cuenta de que los venció sola una persona, y, corridos y avergonzados desto, volviesen a rehacerse y a buscarnos, y nos diesen en qué entender.

Hubiera sido necesario que los perros tuviesen una nariz de primera para ir a buscarnos en aquel sitio. A poco de llegar nosotros, presentose un corzo arrastrándose sobre tres patas y dejando tras de un surco rojo sobre el musgo. Daba tanta tristeza el verlo, que oculté la cabeza bajo las hojas; pero oía al herido beber en la charca resollando y ardiendo en fiebre... Declinaba el día.

En esto llegó un Caballero de la Religión en una fragata que inviaba el Maestre á buscarnos.