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¡No es usted sincera en este punto! ¡No! pero doblemos la hoja, hablemos de otra cosa, se lo ruego... ¿Es complaciente su amigo Fabrice?... ¿Sería amable conmigo si tuviese necesidad de pedirle algún favor? ¿Qué cree usted? Estoy seguro de que ... Pero es necesario que bajemos aquí; de otro modo la corriente nos arrastraría por encima de la esclusa.

Trotaron los caballos, se alejó en salvo el coche, y a su espalda, ya lejos, arreció el rumor formidable del motín, semejante al ruido de una presa cuando rota la esclusa se precipita el agua en oleadas de espuma sucia y turbulenta. Desde que la mano levantaba el pegado cortinón de alfombra, reforzado con tiras de cuero, quedaban los ojos deslumbrados. La iglesia estaba hecha un ascua de oro.

El silencio reina en el molino; sólo a lo lejos, en la esclusa abierta, las aguas en movimiento cantan su monótona melodía. Delante de la casa, el arroyuelo está tranquilo como si no tuviese más que hacer que columpiar los nenúfares, y el sol poniente se refleja en sus aguas profundas.

Entre la fábrica de aserrar y la primera hoguera, en la compuerta de la esclusa, se hallaba sentado el zapatero Jerónimo de San Quirino, un hombre de cincuenta a sesenta años, de cara larga y curtida, ojos hundidos, nariz gruesa, orejas cubiertas con un gorro de piel de nutria y barba rubia y puntiaguda que le llegaba hasta la cintura.

En los sitios en que es mayor la profundidad, cada piedra sirve de dique para contener la corriente, cada estrecho entre dos guijarros es una esclusa por la que el agua se precipita y el caudal del arroyo queda dividido en infinidad de pequeños triángulos esféricos, multitud infinita de ondulaciones que es á la vez red luminosa que hace vibrar y centellear las bruñidas piedras del fondo.

No estaba aún maduro para el amor; prefería al salón de baile el ruido y movimiento del juego de bolos, a la amistad de Rosa o de Margarita la de su hermano, taciturno junto al parapeto de la esclusa.

Cedía como esos buenos resortes de acero que se doblan con gran esfuerzo, y que se enderezan con la prontitud del relámpago. Entonces abrió la esclusa de sus lágrimas; agotó el arsenal de su ternura y fue durante tres cuartos de hora la más desgraciada y la más enamorada de las mujeres. Cualquiera, al oírla, hubiera creído que ella era la víctima y Germana el verdugo.

Vas a sentir vértigo, Gertrudis dice Juan echando una mirada inquieta a la esclusa, por la que las aguas pasan con rapidez espantosa, sobre el fondo de tablones inclinados, para precipitarse en seguida espumosas en la corriente. Gertrudis suelta una risotada y dice que muchas veces ha estado sentada allí horas enteras, mirando las aguas, sin sentir vértigo alguno.

Parece interrogar con la mirada la vasta llanura que se extiende, sin un árbol, sin un arbusto, sumida en una obscuridad uniforme. ¡Vigila la esclusa del molino, David! grita hacia la casa con voz de trueno. Están en la pradera; voy a buscarlos. Juan deja escapar una exclamación de horror.

Las palabras conmovedoras del poeta brotan de sus labios como un canto. Los viajes son la pasión del molinero... Gertrudis deja oír una alegre exclamación y marca el ritmo dando con el pie en los montantes de la esclusa. He oído murmurar un riachuelo... Gertrudis contiene la respiración, esperando lo que sigue: He visto brillar el techo de un molino...