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Huberto cerró el estuche y lo puso en la bandeja, no sin ahogar un suspiro; hasta murmuró: ¡Quién sabe!... En fin, mejor es que sea así... ¡Ah, María Teresa! ¡eres tan linda, sin embargo! Luego, filosóficamente, bebió su , estiró el brazo, tomó un diario, y se puso a leer. Tal fue la oración fúnebre de lo que Huberto creyó ser, de su parte, un grande y delicado amor.

A Torquemada se le podía ahogar con un cabello, cuando el doctorcillo, arrimándole contra la pared y poniéndole ambas manos en los hombros, le dijo: «No me gusta nada esto; pero hay que esperar á mañana, á ver si brota alguna erupción. La fiebre es bastante alta.

En llegando, dieron primeramente garrote á las tres mujeres y al dicho Antonio Lopez; y acabados de ahogar, echaron leña y pegaron fuego en la cual fueron arrojando una á una las estatuas relajadas en nombre de sus dueños representados en ellas.

Rivadavia había puesto en la carpeta de su bufete como asunto vital la navegación interna de los ríos; en Salta y Buenos Aires se había formado una gran asociación que contaba con medio millón de pesos, y el ilustre Sola realizado su viaje y publicado la carta del río. ¡Cuánto tiempo perdido desde 1825 hasta 1845! ¡Cuánto tiempo más aún hasta que Dios sea servido ahogar el monstruo de la Pampa!

Los que no esperaban este resultado, cual los amos despóticos, consideraron como una injuria toda queja, toda protesta, y castigóse con la muerte, tratóse de ahogar en sangre todo grito de dolor, y faltas tras faltas se cometieron.

Se ve entonces que el rigor y la crueldad, desplegada por los españoles contra las religiones distintas de la suya, eran sólo efecto de falsas ideas, con arreglo á las cuales era hasta un deber ahogar los sentimientos naturales cuando se trataba de los herejes, y que su fanatismo, deplorable hasta lo sumo y causa de tales extravíos, no excluyó, por otra parte, las emociones más nobles y delicadas, ni la caridad y filantropía.

Te conviene una tranquilidad absoluta, renunciar a los deseos vehementes, a las cavilaciones que la no satisfacción de ellos te produce; viajar menos, ahogar todo apetito loco de los sentidos, renunciar a todos los excitantes malsanos; no me refiero solamente al café y al , sino más principalmente a los excitantes imaginativos e ideales; huir de las emociones, y cortarte la coleta de banderillero, con intención de no dejártela crecer más; trazar una raya en tu vida y decir: «ni Cristo pasó de la Cruz, ni yo paso de aquí». Si tuvieras treinta o treinta y cinco años, te aconsejaría que te casaras; pero más vale que te hagas la cuenta de que por reciente providencia judicial... o divina, han desaparecido todas las mujeres que hay en el mundo, casadas, solteras y viudas...

De repente sufrió un fuerte ataque de tos que intentó ahogar llevando el pañuelo a sus labios rojos como la grana. Y luego sintió que desfallecía; pareciole que la ventana huía delante de ella, que el suelo se hundía bajo sus pies, y tambaleándose llegó a la cama, cayó boca abajo sobre ella, estrechando convulsivamente contra su pecho el pañuelo y la zapatilla.

Cinco minutos después paseaba yo por el bosque, presa de la más violenta agitación. ¡Ah, quiere salir con la suya! decíame mordiendo el pañuelo para ahogar los sollozos; ya verá cómo recibo a su Le Maltour. Quiero que en cuatro días desaparezca de mi vista. Mi tío no ve ni comprende nada. Me engañaba.

Aquella impresión seria no le sentaba, y hubiera podido decirse, que estaba aburrido. Me confirmé en esta opinión, observando que trataba de ahogar algunos intempestivos bostecillos. Entonces fue cuando me acordé de pronto, de la satisfacción que yo sentía siempre que él tocaba sus valses y sus danzas.