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Actualizado: 26 de mayo de 2025


Pero a pesar de esto, repetía sus palabras de gratitud. ¡Gracias, muchas gracias! Se llevaba con ella algo que no le iban a quitar: la dulce melancolía del recuerdo, que puede embellecer la penumbra de una existencia resignada. Pensaría en él, como en un otoño suave, cuando sintiese el frío de la soledad.

De esta facilidad con que puede leerse un artículo en blanco se deduce un principio que desgraciadamente ha sido fin para El Siglo; a saber, que se pueden comparar con las cosas escritas en tinta simpática y con esas pantallas elegantes que toman más o menos color según se acercan más o menos a la lumbre; leídos en un gabinete ministerial, naturalmente resguardado de toda intemperie, y en que suele estar alto el termómetro, toman un colorcito subido que ofende la vista; y leídos al aire libre, se revisten de una tinta suave que da gozo a la multitud.

Una preciosidad; un manto suave como la seda, grueso, tupido y ligero, como fabricado con plumas de fantásticas aves. Era de pieles de zorro azul, y a pesar de la estatura de Rafael, sus bordes rozaban el suelo. El joven comprendió que le habían echado sobre los hombros unos cuantos miles de francos, y tímido, con temblorosa mano, recogía el borde, temeroso de pisarlo. Leonora reía de su timidez.

Al día siguiente, Linda no le dejó salir; y al verse dominado por ella, por su suave encanto, encontró el herido que sus convalecencias eran más peligrosas para sus sentimientos que para su salud. Que le avisen a mi cuñado donde estoy dijo Martín varias veces a Linda.

Su tez, reanimada por suave tono rosado, traía de las caminatas al aire libre como un reflejo de luz y de calor que lo doraba. Tenía la mirada más rápida y la cara un poco más delgada, las pupilas como manchadas por el esfuerzo de una vida muy activa y la costumbre de abarcar dilatados horizontes.

Antes de morir envuelve con suave caricia la pompa abigarrada de aquella muchedumbre, que no tiene ojos más que para misma, hace brillar los arreos de los caballos y las joyas de las señoras, tiñe de vivos colores la seda de los vestidos y extiende un manto brillante de oro sobre la inmóvil y silenciosa comitiva.

Y después de permanecer largo rato silencioso, con la mirada fija en el balcón, profirió al fin sordamente: La Naturaleza no ha sido para suave como para otros. Yo soy un hombre del arroyo. Entre torbellinos de polvo, arrastrado por el viento, un germen viene a caer cierto día en las inmundicias de la calle.

Aquí el débil no es el confesor, sino la penitente; usted no tiene hechizos colgados del cuello, ni tenemos ídolos que echar al río... yo soy la pecadora, aunque ningún hombre me hizo el mal que aquella mujer al clérigo hechizado; sólo quise a mi marido, y de este ya sabe usted de qué modo estoy enamorada; no con pasión que quite a Dios cosa suya, sino con el suave afecto y los tiernos cuidados que se le deben.

Nada más delicioso que esas caritas blancas, puras, sonrosadas, con sus ojitos azules, profundos como el cielo y limpios como él, los cabellos rubios cayendo en ondas a los lados, la boca graciosa e inmaculada, mostrando los dientecitos sonrientes. Nada más suave, nada más dulce.

El brindez y el caraos se puso en vando, Porque los mas de bruces, y no á sorbos El suave licor fueron gustando. De ambas manos hacian vasos corbos Otros, y algunos de la boca al agua Temian de hallar cien mil estorbos. Poco á poco la fuente se desagua, Y pasa en los estomagos bebientes, Y aun no se apaga de su sed la fragua.

Palabra del Dia

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