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Actualizado: 26 de junio de 2025
El señor José comenzaba a sospechar si el mundo sería distinto de como él lo imaginaba. No sentía las mismas energías de antes para abominar de los vociferadores, que deseaban que la sociedad diese una vuelta, colocándose arriba los de abajo. El dolor le hacía tolerante. Ya no comparaba la organización social con la disciplina militar.
La esperanza en su amor habría hecho lo que no podía hacer la exhortación más elocuente; pero esta esperanza no se le concedía, ni era fácil que se le concediese, pues cada día que pasaba Carmen se mostraba más severa con él, a lo que se agregaba que la señora madre de ella y el alcalde su tío no cesaban de abominar la conducta del muchacho, y decían frecuentemente que primero querían ver muerta a su hija y sobrina, que saber que ella le profesaba el menor cariño.
Luego rió con lástima de cierto demente que tenía su mismo rostro y había querido fundar el grupo de «los enemigos de la mujer». Abominar del amor, querer vivir sin la mujer; ¡pobre príncipe Lubimoff!... Las cuatro. Pasando entre pequeñas huertas, entró en la calle de Alicia. El techo rojo de Villa-Rosa asomaba entre árboles, casi á sus pies. Siguió bajando.
Palabra del Dia
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