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Actualizado: 4 de septiembre de 2025


Esta, en el primer momento, al conocer la desesperación de Alicia, había querido olvidar los pasados rencores, yendo espontáneamente á Villa-Rosa para consolarla. Como era muy patriota, aquel muchacho muerto en Alemania le parecía un héroe.

Entró en una corta avenida formada por una doble hilera de verjas de jardín. Las casas sólo se dejaban ver á través de columnatas de palmeras y del follaje duro de los grandes magnolieros. Iba leyendo los nombres de los propiedades en pequeñas lápidas de mármol rojo fijas en las entradas de las verjas. «Villa-Rosa»: aquí era.

Aquel Martínez estaba á todas horas en Villa-Rosa, muchas veces contra su deseo. La duquesa necesitaba su presencia, y eso que al verle prorrumpía en lágrimas y sollozos. Pero el pobre muchacho, con una sumisión admirativa, la acompañaba en su voluntaria soledad, profundamente agradecido de que tan gran dama se interesase por él.

Las piernas le temblaban levemente y se detuvo un instante para serenarse, llevando una mano á su pecho. Después de una revuelta, se le apareció la calle en toda su parte habitada, rectilínea y suavemente pendiente hasta desembocar en una de las avenidas de Monte-Carlo. No vió á nadie, y apresuró su marcha para deslizarse en Villa-Rosa antes de que asomase algún vecino.

Sabía por Valeria que había ido repetidas veces á Villa-Rosa, sin conseguir que su dueña lo recibiese. Es más; la duquesa se estremecía de miedo ante esta visita. «No quiero verle; di siempre que no estoyDon Marcos había sufrido la misma suerte, teniendo que entregar su tarjeta, unas veces á la confidenta de la duquesa y otras al jardinero.

Ella, acostumbrada á vivir entre los grandes dolores, á presenciar catástrofes, tenía en poco las conveniencias que rigen la vida ordinaria, y habló inmediatamente, con cierta rudeza militar, del motivo de su visita. Venía de parte de la duquesa de Delille. Había pasado los dos últimos días en Villa-Rosa, durmiendo allí para no abandonar un solo momento á Alicia.

¿Te refieres á Martínez?... ¡Pobre muchacho! Abandonaba la alegre sociedad de sus camaradas, sus paseos en grupo, hasta las fiestas á que eran invitados los oficiales convalecientes, para aburrirse en Villa-Rosa al lado de una mujer que sólo podía llorar.

Después de la tarde en que la tuvo entre sus brazos, secando sus lágrimas, conteniendo las contorsiones de su desesperación, besando su frente con un dolor fraternal, la verja de Villa-Rosa se había cerrado detrás de él para siempre. «Ven mañana», gimió Alicia al despedirle.

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