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Actualizado: 20 de octubre de 2025
De este pasado, que le hacía sentir el arrepentimiento del ridículo, sólo quedaba aquel mocetón inmóvil ante ella, con ojos suplicantes y un empeño infantil de resucitar tales tiempos... ¡Pobre hombre! ¡Como si las locuras pudieran repetirse cuando se piensa en frío y falta la ilusión, ceguera encantadora de la vida!...
Podía haber seguido engañándole; negar una vez más; mantenerlo en la dulce ceguera que le adormecía, sin fuerzas para buscar la verdad. «Vivimos de mentiras: sólo el engaño es dulce», decía ella en las horas de abandono, cuando en brazos de Sánchez Morueta recordaba su pasado de aventuras.
Fíjate bien en lo que dices, que en eso del amor hay mucho de engaño y ceguera. También yo, cuando me casé, estaba loco por mi china. ¿De verdad que os queréis?... Pues bien; llévatela, gabacho del demonio, ya que alguien se la ha de llevar, y que no te salga una vaca floja como la madre... A ver si me llenas la estancia de nietos.
Hay noches en que sospecho que me conoce, que se vale de su ceguera para prolongar la fingida ignorancia, y esto me atormenta... Deseo que recobre la vista, que los médicos salven uno de sus ojos, y al mismo tiempo siento miedo. ¿Qué dirá al reconocerme?... Pero no: mejor es que vea, y ocurra lo que ocurra. Tú no puedes comprender estas preocupaciones, tú no sabes lo que yo sufro.
¡Ah, el populacho! ¡Con qué asco hablaba Urquiola de la masa sin voluntad que se dejaba arrastrar por falsos sabios, de pretendida ciencia! Se indignaba pensando en la ceguera de aquel rebaño, que en los conflictos de la miseria se revolvía contra los sacerdotes y especialmente contra los jesuítas.
Los cortesanos de aquella sultana caprichosa y de carácter violento y variable, se vengaban de su humillación ineludible despreciando a Bonifacio Reyes sin ningún género de disimulo. Emma llegó a sentir por su esposo un afecto análogo en cierto modo al que hubiera podido inspirar al Emperador romano su caballo senador. Aquella debilidad, aquella ceguera de la pasión, no se la perdonaría nunca.
Manuel la abrazó con fuerza, como quien se apodera de algo propio largamente codiciado, y ella se dejó estrechar sin sustraerse al legítimo halago. ¿Pero qué engaño ha sido este? preguntó él, trémulo de gozo, viendo su rostro sin la menor señal de la mentida enfermedad. Quise saber repuso ella hasta dónde llegaba tu cariño. ¿Pero y tus ojos y tu ceguera?
Volvía al fin tan afectuosa que me encantaba, seductora hasta el punto de maravillarme; la poesía; y como les sucede a quienes un exceso de luz les perturba la vista, nada advertía yo más allá del confuso deslumbramiento que me enceguecía. Gracias a la ausencia de razonamiento, mejor dicho, a mi ceguera, me sumergí en los meses siguientes como si hubiera entrado en lo infinito.
Á poco lo vieron en lo alto de una cuesta que formaba el camino, pero también los divisó él á buena distancia y suponiendo la embajada que llevaban, prescindió de su ceguera y dejando el camino se metió por los jarales y ganó el bosque, dejando más que mohinos á los tres amigos, tan bonitamente burlados. DONDE SE AVERIGUA QUI
Obtuvo también que se hiciese la vista gorda en muchas cosas, que se cerrasen los ojos en otras, y que respecto a algunas sobreviniese ceguera total; y con esto y con las facultades latas de que se hallaba investido, declaró, puesta la mano en el pecho, que respondía de la elección de Cebre.
Palabra del Dia
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