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Actualizado: 7 de julio de 2025
¡Cuántas veces en mis noches de horror, encadenado á mis compañeros de miseria, he recordado aquellas repugnantes escenas, en las que tenía el valor de oponer á las lágrimas de mi madre un cinismo burlón y feroz! ¡Cuánto he deplorado aquella ceguera que me entregaba á los consejos pérfidos de mis aduladores y de mis parásitos y me impedía ver la actitud suplicante de dos ángeles que querían salvarme!... Pero yo estaba destinado á la desgracia y, debo confesarlo, muy justamente.
He deplorado amargamente mi imprudencia, pero, una vez cometida la falta, ¿podía yo hacer traición a la que se había entregado a mí con toda confianza? Se había entregado... por interés; por hacerte sacar las castañas del fuego, tontilla. No pensé en eso al verla tan desolada, tan infeliz. Y después no he creído que debía cometer un perjurio.
Javoques, después de haberla hecho tomar asiento y deplorado el sentimiento que le causaba el haber de ejercer sus rigurosas funciones, me tomó en sus brazos y me colocó sobre sus rodillas: mi madre, creyendo que me dejaría caer, hizo un movimiento de temor.
No es hastío: yo no estoy ni fatigada ni hastiada. No es desilusión: las ilusiones, si alguna vez las he tenido, jamás me han contentado con su falacia y antes he celebrado que deplorado el perderlas.
Muchísimas veces me ha dolido ver escritores de gran talento ejercitarlo en asuntos ingratos, y he deplorado que les hubiese faltado el valor de Shakspeare y Molière para «tomar su bien donde lo hallaren». Este miserable temor de tratar asuntos ya tratados no lo conocieron los antiguos.
Doña Mencía había deplorado la violenta resolución tomada por D. Alonso de Aguilar de prender en la misma casa del Ayuntamiento de Córdoba al mariscal D. Diego, primo de ella, y de tenerle encerrado durante algunas semanas en el castillo de Cañete; pero más deploraba aún el desafuero de D. Diego desafiando a D. Alonso, contra la expresa voluntad y orden del Rey, que quería paz entre ellos, y de llevar adelante el desafío bajo el amparo del Rey moro, que le dio campo y palenque en la vega de Granada.
Desde aquí al cielo, señor don Claudio... Y no me replique, para taparme la boca, que poco he demostrado mi entusiasmo por las maravillas de Peleches volviéndoles la espalda durante tantos años; porque bien dicho lo tengo por qué ha sido y cuánto lo he deplorado... ¿Está usted? Pues ahora díganos qué va a tomar, porque está Catana deseando saberlo para servirle en el aire...
Palabra del Dia
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