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Actualizado: 9 de junio de 2025
Me han olvidado todos, porque si alguna voz amiga hubiera hecho vibrar mi nombre en medio del solemne perjurio... Pero me han olvidado todos y nadie le ha dicho : ¡Tiembla, Eulalia, Dios te ve! Me han olvidado todos y la traición se ha consumado. 28 de agosto.
He deplorado amargamente mi imprudencia, pero, una vez cometida la falta, ¿podía yo hacer traición a la que se había entregado a mí con toda confianza? Se había entregado... por interés; por hacerte sacar las castañas del fuego, tontilla. No pensé en eso al verla tan desolada, tan infeliz. Y después no he creído que debía cometer un perjurio.
Pero el castellano irritado se apresta brioso á castigar el infame perjurio de Ben-Ganyah; muchos príncipes de la cristiandad, muchos condes y señores se le agrupan en torno: sus huestes cubren la campiña; el fragor de sus armas atruena la vecina sierra. El musulman por su parte llama en su auxilio á los fanáticos y furibundos Almohades. Capítulo cuarto. Panorama de Córdoba en su estado actual.
Aun para el humano derecho, tal juramento no obliga ni engendra perjurio: «Ca el juramento, que es cosa santa dice, si mal no recuerdo, la ley del Rey Sabio no fue establecido para mal facer; mas para las cosas derechas, facer e guardar.» Luego dividió el asunto en dos partes.
Vaciló; pero fue obra de un instante: carraspeó para afianzar la voz y exhaló un: Lo juro. Hubo un momento de silencio en que sólo se escuchó el delgado silbo del aire cruzando las copas de los olmos del camino y el lejano quejido del mar. ¿Por el alma de su madre?, ¿por su condenación eterna? Baltasar, con ahogada voz, articuló el perjurio. ¿Delante de la cara de Dios? prosiguió Amparo ansiosa.
Esto fue bastante para que don Baltasar ardiese en esperanzas, alentase ilusiones, diese cuerpo a las soñadas venturas de su deseo, y se creyese ya en posesión de un tesoro que no podía ser suyo, sino a costa de la vergüenza, de la traición, del perjurio y de la infamia de mi madre. ¡Pero a qué locuras no lleva la sombra de una esperanza a un enamorado!
Parecíale que tenía sobrado derecho de atormentar a la mujer que había pretendido hundirle en la apostasía y el perjurio.
La religión y la mujer quieren al hombre todo entero: una para creer, nos ciega; otra para amar, nos ofusca: ambas transigen con el olvido antes que con la indiferencia, y para ellas en el menor desfallecimiento hay perjurio, en la más pequeña falta de entusiasmo hay engaño. Ya no volveré a verla. Creyente o renegado, no debe existir para mí.
La carta decía como sigue: «Mi querida Chemed: Yo soy el más débil y el más malvado de los hombres. Debí huir de ti desde el primer momento y no entregarte nunca un corazón que no te pertenecía, que era de otra mujer y que jamás podía ser tuyo. Todo el afecto, toda la ternura que te he dado, ha sido falsía, perjurio e infamia.
Palabra del Dia
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