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Actualizado: 23 de junio de 2025


Empezaría a anochecer en Castel-o-Branco, y poníase por consiguiente obscuro el horizonte, cuando acertó a pasar por allí un español de éstos sanos de los del siglo pasado, y que poco o nada se curan del gobierno; de éstos que dicen: a siempre me han de gobernar, tómelo por donde quiera. A qué iba el español a Castel-o-Branco, eso sería averiguación para más despacio.

Art. 2.º No pudiendo concebir la Junta Suprema de Castel-o-Branco el abuso de las luces introducido en estos reinos de algún tiempo a esta parte, suprime y da por nulas todas iluminaciones encendidas y por encender, en atención a que sólo sirven para deslumbrar las más veces a sus amados vasallos, y manda que no se solemnice ninguna victoria, aunque la llegara a lograr algún día casualmente, con esa especie de regocijo, en que nadie se divierte sino los cosecheros de aceite.

El labriego sólo era el que bendecía su estrella, y quien, echando mano de un cordel que para otros usos traía, dispuso a la Junta en forma de traílla; la cual en la misma, y más custodiada que tabaco en rama, por los diez y nueve votos de contrabando que habían levantado la sesión, se entró por los términos de España, a las voces del portugués, que casi desde Castel-o-Branco les gritaba todavía en mal castellano: No tenhan miedo Vuestras Excelencias, aunque los aforquen los casteçaos; que yo en acabando de pelear aquí por Su Majestad don Miguel I, que es cosa pronta, he de pasar la raya; y o me llevo allá al emperador Carlos V, o me traigo acá a Castilla.

Art. 6.º No siendo regular que el Supremo Gobierno se exponga al menor percance, tanto más cuanto que hay en España, según parece, españoles que se hacen matar por su señor Carlos V, sin meterse a averiguar si Su Majestad y sus adláteres pasan como ellos trabajos, y dan su cara al enemigo, o si esperan descansadamente jugando a las bochas o al gobierno, a que se lo den todo hecho a costa de su sangre para agradecérselo después como es costumbre de caballeros pretendientes, es decir, a coces; la Junta Suprema y el Gobierno de Su Majestad Imperial permanecerán en Castel-o-Branco; tanto más cuanto que hay en Portugal muy buenos vinos y otras bagatelas precisas para la sustentación de sus desinteresados individuos; y sólo entrará en España, si entra, a recibir enhorabuenas y dar fajas y bastones a los principales facciosos y cabecillas que para lograrlos pelean desinteresadamente por el señor Carlos V, y bastonazos a los demás

La Junta, pues, es el precursor de un partido por lo regular, y esta clase de Juntas andan siempre por esos caminos interceptando, o interceptadas, cuando no están fuera del reino tomando aires, o tomando las de Villadiego, que de todo toman las juntas. La que en el día llama nuestra atención es la de Castel-o-Branco.

No se puede negar que existe gran semejanza entre la Junta de Castel-o-Branco y el congreso de los cántaros, y que los carlistas que componen la una y los salvajes que forman el otro, están igualmente frescos.

Pocos pasos habrían andado, cuando se esparció la noticia por todo Castel-o-Branco de cómo había llegado un vasallo de Su Majestad Imperial.

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