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Hacia el Norte limitaba esta explanada como una muralla gris la cordillera de Cantabria; hacia el Sur podía extenderse la vista hasta los montes de Pancorbo. En este polígono amarillento de Laguardia no se destacaban ni tejados ni campanarios, no parecía aquello un pueblo, sino más bien una fortaleza.

El padre Laguardia le ayuda en esta tarea, haciendo lo posible por sujetar al presbítero gordo, el más sanguinario de todos. ¡Dejadme, dejadme! gritaba con voz estentórea. Quiero arrancar todas las muelas a ese esprit fort. Y este deseo extravagante, más propio de un dentista que de un licenciado en sagrada teología, llenaba de terror el alma de Moreno.

Estuvo obsequioso y amable como él solo sabía estarlo. Era la dulzura personificada. En cambio Laguardia, que por lo visto había medido el alcance de Mario en los negocios de la vida, no hizo ya de él caso alguno. Habló, chilló, rió, manoteó, dirigiéndose a su amigo como si estuvieran solos. Imposible mostrar una indiferencia más despreciativa.

Se acercaron a Laguardia. A poca distancia de sus muros tomaron a la izquierda, por la Senda de las Damas, hasta salir al camino de El Ciego y cruzando éste se acercaron a la altura en donde se asienta la ciudad. Dejaron a un lado el cementerio y llegaron a un paseo con árboles que circunda el pueblo.

Mario notó, al poner el pie dentro, el perfume de placidez y candor que exhalaba y sintiose poseído de respeto. Sin embargo, en el fondo de la estancia no había ningún ángel en oración o virgen en éxtasis, sino dos hombres tomando café al pie de un velador y saboreando copitas de ron. D. Jeremías Laguardia, muellemente recostado en una mecedora, chupaba un tabaco habano de tamaño disforme.

En ella le aguardaba el padre Laguardia, más huesudo y más inquieto que jamás lo había sido. Timoteo no le conocía más que de vista. Después de saludarle rápidamente, el presbítero le preguntó con agitación: Venía a que usted me dijese, si es que lo sabe, dónde vive actualmente su amigo Llot. ¿Mi amigo Llot? O su enemigo. Es igual. Dónde vive es lo que me importa averiguar.

Mario quedó sorprendido. ¡Ah! ¿De modo que porque Godofredo tiene un porvenir brillante está exento de cumplir sus palabras? ¡Eso es! replicó el padre Laguardia, sonriendo de igual modo insolente. Levantó un poco los pies para mecerse y chupó el cigarro con voluptuosidad.