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Gigantesca siempre, variada al principio, encantaba donde quiera, presentando las mas hermosas vistas sobre los altos peñascos de la orilla, ó en los pabellones de lujosa verdura que venian á extender sus flotantes encajes de parásitas y enredaderas sobre la playa misma, á donde sale á calentarse, en lechos de arena calcinada, el temible y monstruoso caiman, terror de los habitadores de las ondas.

Pero, si no tenemos tiempo, ¿cómo hemos de pararnos a jugar, nosotros, niños de América, si todavía hay tanto que ver, si no hemos visto todos los pabellones de nuestras tierras americanas? ¿Y esta casa de madera tan franca y tan amiga, que convida a la gente a entrar a ver todo lo que da la tierra volcánica de su país, uva y café, enredaderas y tigres, cocos y pájaros, y los lleva a su colgadizo con cortinas, a tomar en jícaras labradas su chocolate de espuma?: es el de Guatemala ese pabellón generoso.

Como árbol frondoso, al que se enganchan helechos y enredaderas, poblado de nidos y cubierto de musgo, cuyo tronco arranca el huracán o corta el hacha del leñador, y al venirse a tierra sepulta en su propia ruina a la colonia de parásitos que sustenta, el soberbio bolsista arrastraría tras a toda esa turbamulta que le seguía cantando el hosanna, de pequeños comerciantes sin capital, de ilusos con más ambición que buen sentido, cadena sin fin, vigorosamente remachada.

Aquel bosque, aun sin el aliciente de la caza, era delicioso, tanto por los gigantescos árboles que le daban sombra y frescura, como por las olorosas y variadas flores que cubrían el suelo, por las orquídeas que crecían parásitas en los añosos troncos, y por las plantas enredaderas que, formando guirnaldas y festones, entrelazaban los árboles, haciendo a veces impenetrable la espesura, si un negro no caminaba delante con una hoz abriendo camino.

El todo de la vegetacion cuenta allí cuatro ánditos diferentes. Arboles de ochenta á cien varas de elevacion forman una perpetua bóveda de verdura, frecuentemente esmaltada con los mas vivos colores ya de las flores purpurinas, de que algunos árboles se hallan enteramente revestidos, ya de las enredaderas, que caen como cabelleras hasta el suelo.

Formaban el jardín tres o cuatro mezquinos recuadros de flores vulgares, las enredaderas enroscadas a la verja, y varias acacias, cuyas fornidas ramas ocultando casi por completo los balcones, oponían a la curiosidad una cortina impenetrable. Las persianas estaban continuamente caídas y las vidrieras se abrían rara vez, sin que nunca sonase dentro cantar de criada ni piano de señora.

Debajo del salón-mirador vense también al descubierto los pilares, arcos y bóvedas que lo sustentan, de modo que la tal morada aparecía á nuestros ojos en una forma aérea, calada, abierta, luminosa, sin otra defensa contra el sol y el viento que el verdor de los próximos árboles ó de las enredaderas y rosales que trepaban por pilastras, balaustres y columnas.

La había visto, como en una página de novela, regando sus claveles en el balcón; se llamaba Cándida, era pequeñita y rubia, habitaba una casita cubierta de enredaderas y me recordaba por la gracia y por lo airoso de su cintura, todo lo que el arte ha creado más fino y frágil: Mimí, Virginia, Julieta... Todas las noches, en éxtasis místico caía a sus pies color de jaspe; y por la mañana, al despedirme, dejaba en su regazo, algunos billetes de cien pesetas.

En el centro del jardín, la estatua de la Virgen se alzaba solitaria, bajo una corona de follaje que le formaban cuatro grandes magnolias, tan antiguas como el convento mismo; enredaderas de jazmín del País, trepando al pedestal de la imagen, le tendían floreciendo una alfombra de nieve.

Cada patio tiene en el centro una preciosa fuente de mármol con surtidores que refrescan el aire, y en todo el recinto se ven grandes jarras de gaspe, de porcelana, etc., conteniendo arbustos delicados, macetas de jazmines, rosas y claveles, naranjillos en flor, enredaderas ó parásitas, que embalsaman aquella atmósfera embriagadora.