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Actualizado: 30 de junio de 2025
Todo aquello, que había podido ser trágico, se había convertido en una aventura cómica, ridícula, y el remordimiento de lo grotesco empezó a pincharle el cerebro con botonazos de jaqueca.... Por fortuna don Víctor, según observó también De Pas, no estaba para atender a la vergüenza de los demás, pensaba en la suya; se había puesto también muy colorado.
El buey Apis dio un mugido, expresión fiel de la admiración, la sorpresa y el sobresalto que al punto le embargaron, y comenzó a sudar a la vista de la chimenea encendida. ¿Pero qué es esto, señora condesa? exclamó desolado . ¿Sigue la jaqueca?... Fatal... ¡Fatal estoy! contestó Currita . Creo que tengo calentura... ¡y unos escalofríos!...
En la noche de aquel memorable día, y cuando la jaqueca se le calmó, pudo enterarse Maxi de que su hermano había ido a la calle de Pelayo, y de que sus impresiones «no habían sido malas» según declaración del propio cura.
El pobrecito quería engañarse a sí mismo, haciéndose el valiente; mas al fin se entregó. «Tú tienes jaqueca» le dijo su tía. «Sí que la tengo replicó él con desaliento, llevándose la mano a los ojos ; pero quería olvidarla a ver si no haciéndole caso, se pasaba. Pero es inútil; no me escapo ya. Parece que se me abre la cabeza.
No pudo lograr de ella otra respuesta. Pues si ese guasón sigue dándome jaqueca, el día menos pensado le cojo por un brazo y le planto en la calle. Soledad se puso pálida de ira, pero se limitó á decir sordamente: Harías muy mal. Transcurrieron bastantes días después de esta corta explicación y las cosas, en vez de mejorar, empeoraron.
Su marido le rogaba que se recogiera; más ella «tenía harto que hacer para acostarse tan temprano...». ¡Ay!, la tertulia de doña Tula y aquel charla que te charla de Pez y Serafinita, habíanle puesto su cabeza como un bombo... Luego el D. Manuel era capaz de dar jaqueca al gallo de la Pasión con la cantinela de sus lamentaciones. Ya eran tantas sus calamidades que Job se quedaba tamañito.
¡Hum! me sonreí Sería muy largo, infinitamente largo de contar... En fin, me voy. María Elvira fijó aún los ojos en mí, y su expresión, preocupada y atenta, se tornó sombría. Concluyamos, me dije. Y adelánteme: Bueno, María Elvira... Me tendió lentamente la mano, una mano fría y húmeda, de jaqueca. Antes de irse me dijo ¿no me quiere decir por qué se va? Su voz había bajado un tono.
Algunos hablaban de política, paseándose por los corredores; la juventud de ambos sexos, sentada junto a las flores, charlaba y reía, como si la tierra sólo produjese flores, y el aire sólo resonase con alegres risas. La condesa, medio recostada en un sofá, se quejaba de una fuerte jaqueca, que, sin embargo, no le impedía estar alegre y risueña. Era pequeña, delgada y blanca como el alabastro.
La señora tomó pie de esto último para variar la conversación: «Dices bien. ¿Sabes que tu hermano Juan Pablo me parece a mí que no está bueno de la cabeza? Hoy estuvo otra vez a darme la jaqueca... Pues que le he de hacer el préstamo o se pega un tirito. ¡Como no se mate él! Es el egoísmo andando.
Verdad era que de algún tiempo a aquella parte su pensamiento, sin que ella quisiese, buscaba y encontraba secretas relaciones entre las cosas, y por todas sentía un cariño melancólico que acababa por ser una jaqueca aguda.
Palabra del Dia
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