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Actualizado: 30 de junio de 2025
Después de clavar en él los alfileres, mirando a su sobrino de un modo que le hizo estremecer, le dijo: «Tengo que hablarte detenidamente». Siempre que su tía empleaba el detenidamente, era para echarle un réspice. «¿Tienes hoy jaqueca?» le preguntó después doña Lupe. Maximiliano estaba muy bien de la cabeza; pero para colocarse en buena situación, dijo que sentía principios de jaqueca.
Cuando Augusto llegó, negose Isidora a ir al teatro, porque le había dado jaqueca. Emilia y Leonor no quisieron ir tampoco, y el buen estudiante quedó en la situación más desairada del mundo. Pero como era tan listo, y maravillosamente a todo se plegaba, hasta dominar las situaciones más difíciles, bien pronto cautivó a la familia con sus donaires.
A lo mejor, cualquier chusco se lo canta y ya tenemos jaqueca para rato... ¡Como no le dé por venir a matarme!... Eso tendrá que ver. Pero muy descuidada habría de cogerme, porque le deshago yo de un par de porrazos... Pero, ¿y si entra, se esconde, me acecha, y ¡pim!, me pega un tiro?... No; yo tengo que estar con mucho cuidado. Ni a Cristo le abro yo la puerta.
En un pueblo de la Alcarria tenían los hermanos Rubín una tía materna, viuda, sin hijos y rica; mas como estaba vendiendo vidas, la herencia de esta señora no era más que una esperanza remota. No había más remedio que trabajar, y Juan Pablo empezó a buscarse la vida. Odiaba de tal modo las tiendas de tiradores de oro, que cuando pasaba por alguna, parecía que le entraba la jaqueca.
Hace unos días, me dolía la cabeza después de un largo paseo al sol, y no quise comer. Mi padre se alarmó y dijo que iba a llamar al médico, pero le supliqué que no lo hiciese, segura de que aquella simple jaqueca no resistiría a una noche de sueño. Así estaba convenido cuando llegó Máximo.
Y con sencillez verdaderamente progresista, añadió, recordando la rústica farmacopea de su tierra nativa: ¿Por qué no se pone usted dos ruedas de patatas en las sienes?... Eso alivia mucho. ¿Patatas? exclamó Currita estremeciéndose de espanto. ¡Jesús, Martínez, por Dios!... Prefiero la jaqueca.
Aquella tarde para todos tuve jaqueca menos para el Barón. Este acudió a la hora justa, lleno de gratitud, contento y ufanía. Parecía remozado por virtud de una poción mágica o por hechizos del amor.
Pero no quiso confesárselo. Antes persistió en embromarla desviando la conversación hacia los parajes donde le convenía. Pero, en fin, ¿qué me importa que rajes hasta morir y me des tanta jaqueca, si tienes unos ojos, chiquilla, que bailan como las estrellitas sobre el agua, si cuando hablas y te mueves hasta el aire que te envuelve queda empapado de sal?...
Se vistió deprisa, cogió papel que tenía el mismo olor que el del Magistral, pero más fuerte, y escribió a don Fermín una carta muy dulce con mano trémula, turbada, como si cometiera una felonía. Le engañaba; le decía que se sentía mal, que había tenido la jaqueca y le suplicaba que la dispensase; que ella le avisaría....
¡Toma! dijo la voz de flauta de Pilar . Pues eso quiere él, ¿qué se creían ustedes?; el toque y el gustazo están en dar que hablar. Siempre fue Juanito así, muy farfantoncillo murmuró la condesa enternecida al recordar a su sobrino, cuando hecho un diablo traviesísimo de diez años, iba a su casa a darle jaqueca pidiendo mil chucherías. Hasta anteayer....
Palabra del Dia
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