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Actualizado: 15 de junio de 2025


A pesar de su afectado desinterés, la hija del viejo Neris sabe contar tan bien como su difunto padre. Hace mucho tiempo había yo visto su juego y sabía que su hijo no resistiría seriamente a sus razones... contantes y sonantes. ¡Oh! señor Hardoin, toda acción puede tener un móvil noble y generoso. ¿Por qué atribuirla con preferencia a un motivo bajo y vil?

Pero aventurarse por aquel revuelto golfo en una simple chalupa era cosa de espantar al más valiente. ¿Resistiría aquel barquichuelo, que sólo tenía catorce pies de eslora y que apenas desplazaba ocho toneladas, los tremendos embates del mar y la furia de los vientos? ¿Verían el sol del día siguiente?

Pero los modales corteses y la afabilidad extremada de D. Jenaro borraron tales impresiones a la postre. Cualquiera se resistiría a creer que aquella persona suave, atenta y cortés fuese el héroe de tanta anécdota brutal y escandalosa.

Hace unos días, me dolía la cabeza después de un largo paseo al sol, y no quise comer. Mi padre se alarmó y dijo que iba a llamar al médico, pero le supliqué que no lo hiciese, segura de que aquella simple jaqueca no resistiría a una noche de sueño. Así estaba convenido cuando llegó Máximo.

Al principio creyó que se trataba de una resolución desesperada nacida del insomnio, que no resistiría a la acción de prudentes consideraciones; pero; cuando se convenció de que mi determinación databa de más lejos, que era el resultado de reflexiones sin réplica y que la llevaría a cabo más tarde o más temprano, ya no discutió ni la opinión que de mismo tenía yo formada, ni el juicio que había formado respecto de mi época y me dijo sencillamente: Pienso y razono sobre poco más o menos como usted.

A su voz todos los monasterios se cierran; ni uno sólo querría excitar su cólera, ni resistiría a sus justas reclamaciones... Porque, sobre todo, él tiene dos derechos sobre usted. Es usted su sobrina... y la ha educado. »Ni Carlos ni yo encontramos palabras que poder oponer a tan justos razonamientos.

Dado estaba Miranda a todos diablos, cuando Duhamel vino a consolarle un poco, asegurándole que la enferma experimentaba de algunos días acá unos asomos de mejoría, y que debía aprovecharlos regresando a España, en busca de clima benigno; añadiendo, en su chapurrado franco-portugués, que puesto que él pensaba, como casi todos los médicos de consulta en Vichy, salir pronto para París, podrían combinar el viaje juntos, y así vería cómo probaba el movimiento del tren a la enferma, y resolver si necesitaba descanso, o si resistiría volver a España de una vez.

Pero ella resistiría. ¡Oh! ¡! aquella tentación fuerte, prometiendo encantos, placeres desconocidos, era un enemigo digno de ella. Prefería luchar así. La lucha vulgar de la vida ordinaria, la batalla de todos los días con el hastío, el ridículo, la prosa, la fatigaban; era una guerra en un subterráneo entre fango.

Y yo desconfío del buen éxito de mi mensaje. Por lo mismo, quiero que usted asista a mi lado. ¿Y si yo resistiese? Resistiría yo. Pues bien: iremos. Dos días después estábamos en uno de los locutorios del convento de... el padre Ambrosio y yo. Colocado junto a la pared en que estaba la reja del locutorio, Amparo no podía verme.

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