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Actualizado: 15 de mayo de 2025


Pero no quiso confesárselo. Antes persistió en embromarla desviando la conversación hacia los parajes donde le convenía. Pero, en fin, ¿qué me importa que rajes hasta morir y me des tanta jaqueca, si tienes unos ojos, chiquilla, que bailan como las estrellitas sobre el agua, si cuando hablas y te mueves hasta el aire que te envuelve queda empapado de sal?...

Cuando doña Manolita se vio a solas con su amiga, recordando que la broma de unos supuestos amores con D. Jaime no la había ofendido, no pudo resistir a embromarla de nuevo sobre el mismo tema.

Pero a este pudor se añadía en Marta la vergüenza de que se descubriesen sus manías infantiles y obstinadas como la del lustre, la de colocar los frascos del tocador con cierta simetría propia de un altar y otras tales que servían a los suyos para embromarla a la hora de comer. Por esto se empeñaba en hacerle salir tirando con fuerza de él.

Nada de esto sospechaba ella, porque Andrés tenía buen cuidado de ocultarlo bajo exterior indiferente y jocoso. Para Rosa no era más que un señorito llano y amable que gustaba de jugar con ella y embromarla. Hasta entonces había tenido muy mala idea de los señores.

Una vez que descubría el ansiado secreto, aunque fuese la cosa más baladí, recobraba la calma y serenidad, volvía a su ser dulce, pacífico, inofensivo. Algunos sujetos maleantes, como don Martín, el P. Narciso, D. Joaquín y otros, solían embromarla fingiendo algún misterio entre ellos, la atormentaban, le hacían perder el juicio de pura curiosidad.

Palabra del Dia

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