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Actualizado: 30 de junio de 2025


, te alegras, lo estoy viendo en tu semblante... Haces bien; yo no he servido más que para darte jaqueca. Perdóname y que Dios te haga muy feliz, como deseo. ¡Adiós! repuso lacónicamente la joven. Se estrecharon la mano con fuerza y se apartaron.

Parece un pajarito que a todas horas está cantando. Nos tiene un cariño, un amor... que.... ¡Si te diga que pareces de la familia! ¡Qué cuidados con Carmen! Es muy viva, muy sabia; escribe que es un, ¡encanto! Ya conoces su letra; ella escribe cuando yo estoy con la jaqueca. La pobrecita ha sido muy desgraciada. ¡Dios le un buen marido!... Pues... pedírselo a San Antonio.

Entraron en esto el duque de Bringas y Juanito Velarde, que habían terminado ya su partida de billar, y a poco anunció un criado que la señora condesa no asistiría a la comida por haber tomado ya un consommé en sus habitaciones, y acostádose al punto con una fuerte jaqueca.

Se supuso que un egregio personaje, sin par en todo el imperio por su elevación, en noches en que Rafaela no recibía a sus tertulianos por tener jaqueca, penetraba en la casa de ella y permanecía allí no pocas horas. Hasta llegó a contarse una muy curiosa particularidad, que prueba cómo el vulgo lo atisba, lo huele y lo descubre todo.

Su rostro adquirió luego una expresión de burla. Supongo que te habrá cantado alguna trova nueva y divertida. Ni nueva ni divertida. Me ha cantado lo de siempre... Pero me ha prometido no darme más jaqueca. ¡Déjalo, hija mía! exclamó haciendo un gesto desdeñoso. Déjalo que se desahogue... ¡Si á no me importa!

Martínez comprendió que había asomado la oreja lugareña bajo la piel del ministro cortesano, y entró en materia, dejando a un lado compasivos preámbulos y recetas caseras. Siento entonces venir a aumentarle a usted la jaqueca; pero el negocio es grave y urgente...

Ródenas era todo un buen muchacho, que se dormía con los textos de las Pandectas, que derrochaba la fortuna de sus mayores, que gustaba de las mujeres, daba jaqueca á los padres y maridos, y de cuando en cuando los disgustos iban precedidos de alguna que otra de cuello vuelto que obligaban al paciente á que Nogués le carenase una muela ó una mandíbula.

Casi siempre, sin jaqueca, y aun cuando por acaso la padeciese, se complacía en tener a D. Joaquín a su lado. Y al mismo tiempo no se mostraba ni triste ni más seria que en lo pasado; su buen humor y su alegría eran como siempre. Sus concurridas tertulias se hicieron diarias y sin interrupción.

Me estás haciendo creer que no hay Dios, que portarse bien y portarse mal todo es lo mismo». La compasión venció a la delincuente y se mostró tan afable aquella tarde y noche, que Maximiliano hubo de tranquilizarse. El pobrecito estaba destinado a no tener rato bueno, pues a punto que su espíritu recibía algún alivio, se le inició la jaqueca. La noche fue cruel, y Fortunata esmerose en cuidarle.

Buen día, querida mía dijo la señora Aubry, besando a la joven. ¿Veré hoy a tu madre? No, tía; mamá está con jaqueca, como siempre; pero Bertrán vendrá a buscarme. La puerta del salón se abrió. Dos señoras ancianas, vestidas de negro, entraron discretamente. Eran dos parientas de provincia, a quienes la señora Aubry acogió con afectuosa amabilidad.

Palabra del Dia

buque

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