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Actualizado: 1 de junio de 2025
Una mañana, por último, doña Luz escribió a doña Manolita el siguiente billete: «Querida amiga mía: No puedo callar más tiempo. Mi infortunio me ahoga, me mata, y quiero vivir. Soy muy desgraciada y hay una esperanza que me sonríe. Necesito conservar la vida. Temo que este oculto dolor me asesine. Es menester que te le confiese; que me desahogue contigo; que tu compasión y tu amistad me salven.
Su rostro adquirió luego una expresión de burla. Supongo que te habrá cantado alguna trova nueva y divertida. Ni nueva ni divertida. Me ha cantado lo de siempre... Pero me ha prometido no darme más jaqueca. ¡Déjalo, hija mía! exclamó haciendo un gesto desdeñoso. Déjalo que se desahogue... ¡Si á mí no me importa!
En contestación de lo que él insinuó acerca del nombre ilustre que anhelaba yo dar a mi hija, llegué a decir al inglés que ya prefería yo hacerla hija de un zapatero remendón a que fuese hija de su amo. En suma, yo me desahogué de veras y despedí al inglés con cajas destempladas. Para siempre deseché la esperanza y abandoné el propósito de que mi hija tuviera padre en la tierra.
No es orgullo; pero resulta de estas cosas que es desgraciada, aunque nadie lo sospeche. En fin, usted verá. Don Víctor es como Dios le hizo. No entiende de estos perfiles; hace lo que yo. Y como no hemos de buscarle un amante para que desahogue con él aquí volvió a reír don Cayetano lo mejor será que ustedes se entiendan».
Palabra del Dia
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