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El rostro de Doña Blanca tomó cierta expresión de sorpresa y de notable desagrado. Entonces ¿quién os ha acompañado en el paseo? preguntó Doña Blanca. No se enoje V., mamá: hemos ido bien acompañadas. ; pero ¿por quién? ¿Por alguna fregona? ¿Por alguna tía cualquiera? Mire V., mamá, Doña Antonia tenía la jaqueca y no pudo acompañarnos. En su lugar ha venido con nosotras el tío de Lucía.

El Magistral pasó por el patio al Parque. Ana le esperaba sentada dentro del cenador. «Estaba hermosa la tarde, parecía de septiembre; no duraría mucho el buen tiempo, luego se caería el cielo hecho agua sobre Vetusta...». Todo esto se dijo al principio. Ana se turbó cuando el Magistral se atrevió a preguntarle por la jaqueca.

Los balcones, abiertos por el calor, daban paso franco al estrépito del carruaje que rueda, del vendedor que chilla, del afilador que aguza los dientes con sus chirridos, del piano ambulante e infatigable, que desarrolla la general jaqueca con las vueltas de su manubrio.

Se apearon y los tres entraron. Uno de ellos era de buena estatura y a todos infundía un respeto que más bien parecía miedo o superstición. El cura se arrodilló delante de él y le besó la mano. Tenía mucha jaqueca y ningún apetito. Subió, encerrose en la habitación que se lo tenía preparada.

Butrón, un cigarro dijo, y con el aplomo de un veterano, de repente, sin preámbulos, hizo estallar esta bomba: Está nombrada la camarera mayor de Palacio. La sorpresa hizo saltar de sus asientos a damas y caballeros, y desapareció como por ensalmo la jaqueca de la duquesa. ¿Quién es?... Pero ¿quién podía ser?...

¿Y qué pasó? Lo de siempre cuando nos vemos a solas. La gran jaqueca. Es buena, cariñosa, dulce; la estimo y la respeto y considero.., pero no nos entendemos. ¡Ya conseguirá que me dejes! ¡Eso no! Tuvimos una escena muy desagradable y estuve muy enérgico. No te atreverías. ¿Qué no? Pues mira: le dije «no me apures la paciencia porque nos separamos.

Una de dos, o matarle o dejarle, y como no le hemos de matar... Al fin convenimos en que yo vería hoy a esa... cabra loca. No me parece mal. Y según la impresión que me haga, determinaremos. ¿Vais juntos? No, yo solo, quiero ir solo. Además él está hoy con jaqueca. ¿Con jaqueca? ¡Pobrecito!

D. Joaquín se había ido a la chácara por una semana en compañía de tres o cuatro amigos. En las noches de jaqueca muchos tertulianos acrecentaban el mal de Rafaela, pero la visita de uno sólo podía aliviarla. Arturito acudió, pues, aquella noche, esperando tener la satisfacción de dar el alivio mencionado.

Cuando nuestros invitados masculinos eran jóvenes, nos hacían la corte a Blanca y a mi, y lo que es yo me divertía bastante; pero cuando eran viejos... ¡Dios mío! surgía siempre la política a darme jaqueca. ¡Oh! ¡Cuánto me ha aburrido la política!

Al día siguiente, después de almorzar, y cuando Maxi se había marchado a la botica, tuvo tanto miedo Fortunata a que la ira estallase, que para evitarlo se ató una venda a la cabeza, fingiendo jaqueca, y encerrándose en su alcoba, acostose en su cama.