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Abajo, en primer término, la berlina, donde va en número de tres la aristocracia de las victimas; en el centro una cripta romana que llaman interior, calabozo de seis rematados; y atras la cocina del infierno, pomposamente decorada con el nombre de rotunda. Encima, el departamento de equipajes, denominado la vaca, Chimborazo ambulante que se parece un poco á la cueva de Montesinos.

Entre ella se destacan, como orugas luminosas, los primeros tranvías conductores de semidespiertos obreros que se dirigen a sus tareas y a intervalos se oye el seco trac-trac de los pequeños carritos que, al salir del conventillo, caen del umbral a la acera y de ésta a la calle, conducidos por el ambulante vendedor de verduras, que se dirige veloz hacia el mercado de Abasto en busca de la enormemente copiosa provisión de hortalizas con que hace un nutrido «agosto» en el breve espacio de cada mañana.

El segundo es un aviso mudo: el pobre diablo va metido entre un enorme farol de papel ó de género blanco, iluminado durante la noche, en cuyas cuatro faces está escrito en letras monumentales el anuncio de alguna empresa, artículo en venta ó cualquier otro objeto; y la obligacion del portador ó esquina ambulante es vagamundear por todo Lóndres, en absoluto silencio, mostrando su armazon elocuente, y soliendo á veces, por via de figura oratoria, estrellar su farol contra las narices de algun pasante distraido.

El Emir se había despojado de su caftán de seda, e iba vestido como los demás, con un terno a cuadros y un sombrero tirolés. ¡Adiós poesía! El príncipe de ojos de brasa, que habían perturbado por unas horas a la sensible Nélida, era vendedor ambulante en Buenos Aires.

Recuerdo á este propósito á cierto singularísimo personaje que conocí en mi mocedad, estando yo en la capital del Brasil. Era un mago ó sabio ambulante. Peregrinaba con una hermosa profetisa de Nueva York, que era su mujer ó cosa parecida, y que, magnetizada por el mago, decía mil cosas estupendas que él le sugería.

Había un gran comedor, otro comedor pequeño para diario y varios salones de respeto, que no se abrían sino en las ocasiones solemnes, y donde, entre otras preciosidades, D. Acisclo, sus hijos, hijas, yernos y nueras, todos resplandecían retratados al óleo, de tamaño más que natural, y casi de cuerpo entero, por un pintor ambulante que acertó a pasar por Villafría, y que llevó una onza de oro por cada retrato.

Habiendo sorprendido al pastor Robin las primeras nieves, algunos días antes, en lo hondo del puerto de Blutfeld, dejó abandonado allí su carro, para llevar el rebaño a la granja; pero notando la falta de la piel de carnero con que se cubría y que se había dejado olvidada en su cabaña ambulante aquel día, terminada su labor, se puso en camino, hacia las cuatro de la tarde, para ir a buscarla.

Adiós, Crainqueville; mi nieto me espera. Para el pobre no hay fiestas. Esta noche trabajará como todas. El filósofo ambulante, que había terminado por aceptar la vida ilusoria de su compañera, creyó del caso darle algunos consejos. Te estás matando. Apenas comes; bebes demasiado. Gastas tu dinero exageradamente; vas á perder tu capital.

La presunción con ropilla; la vanidad ambulante... Me miró, le miré. Elogió mi ingenio y mi voz, y me engreí.

Aquella obra maestra del pintor ambulante fué acogida con grandes risas, y el mismo Roger no pudo menos de convenir con la ventera en que aquel papagayo bizco y aquella ortografía fantástica perjudicarían á la buena fama del mesón y moverían á risa á los señores que allí se detuviesen á descansar y refrescar durante sus frecuentes cacerías. Sería la ruina de mi casa, exclamó la tía Rojana.