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Actualizado: 22 de junio de 2025


Mi conciencia reposaba como una paloma adormecida. Por lo visto, el esfuerzo supremo de voluntad que tuve que hacer para abandonar las dulzuras del boulevard y de Loreto, y surcar los mares hasta el Celeste Imperio, parecían a la Eterna Equidad una expiación suficiente y una peregrinación reparadora. Y Ti-Chin-Fú, ya calmado, regresaría con su papagayo a la sempiterna inmovilidad.

Cuando desembarqué en Lisboa, su obesa figura llenaba todo el arco de la calle Angosta, y sus ojos oblícuos y los dos ojos pintados de su cometa en figura de papagayo, parecían fijos en .

Dirigiendo la mirada hacia el lugar que febrilmente señalaba, al Papagayo de Huichilobos, a poca distancia de nosotros, posado sobre un saliente de la torre. ¡Es idéntico! exclamó. No, dije con bastante calma. Es el mismo. Está vivo, pero tiene rota el ala izquierda. Yo mismo se la he roto.

Siempre que entraba en casa contemplaba horrorizado la misma visión; ya atravesada en el umbral de la puerta, ya tendida sobre mi lecho de oro, veía una figura extraña, de coleta negra y túnica amarilla, con un papagayo de papel entre las manos. ¡Era el Mandarín Ti-Chin-Fú! Yo entraba furioso con el puño levantado, pero todo desaparecía como por encanto.

Aquella obra maestra del pintor ambulante fué acogida con grandes risas, y el mismo Roger no pudo menos de convenir con la ventera en que aquel papagayo bizco y aquella ortografía fantástica perjudicarían á la buena fama del mesón y moverían á risa á los señores que allí se detuviesen á descansar y refrescar durante sus frecuentes cacerías. Sería la ruina de mi casa, exclamó la tía Rojana.

El infierno está empedrado de tales Cliffords. Y acto continuo presentó al desgraciado, cuyo nombre por casualidad era realmente Clifford, como el Papagayo Carlos, repentina y profana inspiración que pesó sobre él para siempre. Volvamos ahora al socio de Tennessee, a quien siempre conocimos por este título relativo, aunque más tarde supimos que existió como una individualidad distinta y separada.

Mas, general murmuró, yo quiero librarme de la presencia odiosa del viejo Ti-Chin-Fú y de su papagayo... Si yo entregase la mitad de mis millones al tesoro chino, ya que no me es dado personalmente, como Mandarín, aplicarlos a la prosperidad del Estado, tal vez Ti-Chin-Fú se calmase. El general puso paternalmente su ancha mano sobre mi hombro. Error, considerable error, joven.

Llegó en el tren del medio día y el Deán, el Tesorero y yo hemos ido esta tarde a recoger la joya para entregársela; pero, calcula ¡cuál sería nuestra sorpresa, al abrir el cofre y ver que el papagayo ha desaparecido! Cómo ha podido llegar hasta allí el ladrón, nadie ha podido explicárselo.

Este pueblo procuró servirnos en todo, y nos dió cuanto necesitábamos con mucho agrado, en tres dias que allí estuvimos. Hombres y mugeres de grandes estaturas: los unos traen en la nariz un agugerillo, en que por galanura se ponen una pluma de papagayo; y las otras se pintan la cara con raices azules, que nunca se quitan, y traen un paño de algodon desde la cintura á las rodillas.

El fino y erudito cardenal Nani vino de Roma a consagrar la iglesia; mas cuando yo aquel día entré a visitar a mi divina huésped, lo que vi más allá de las calvas de los celebrantes, no fué la Reina de Gracia, rubia, con su túnica azul, sino al viejo Mandarín con sus ojos oblícuos y su papagayo entre las manos.

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