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Actualizado: 22 de junio de 2025
Don Francisco de Rojas y Sandoval, no os desea, ni os ha deseado nunca, ni nunca ha pasado de vuestro recibimiento, ni se ha acercado á vos, ni conmovídose delante de vos; os tiene como á su papagayo y á su negro y otras muchas cosas que el buen señor tiene sólo por tener lo que cuesta caro. Pero ¿quién os ha dicho eso? Conozco demasiado á su excelencia.
Las luces ya estaban apagadas; mas la luna, que se erguía al nivel del agua, redonda y blanca, hería los cristales del camarote con un rayo de claridad, y entonces, medio oculta y pálida, ví rígida sobre la hamaca la figura panzuda del Mandarín, vestido de seda amarilla con su papagayo entre las manos. ¡Era él otra vez! Y fué él perpetuamente. Fué él en Singapore y en Ceilán.
Tomó la joya en sus manos, y al acercarla a la luz, para mejor mostrármela, exhaló una exclamación de espanto. ¡Dios me valga! ¿Qué es esto? ¡El papagayo estaba lastimosamente maltratado en el ala izquierda, como si hubiese sido golpeado con un martillo! Imagínese la consternación del canónigo y del sacristán mayor.
Me paré, y con los brazos en alto, hablando a las arcadas del claustro, a los árboles, al aire silencioso y frío que me envolvía: ¡Ti-Chin-Fú bramé, Ti-Chin-Fú, para aplacarte hice todo lo que era racional, generoso y lógico! ¿Estás, en fin, satisfecho, letrado venerable, tú, tu papagayo gentil, y tu panza artificial? ¡Háblame! ¡Háblame!
Se le metió en la cabeza que había de dar en la suya al presuntuoso Bazar del Papagayo, que está a su vera, y lo ha conseguido sin gran esfuerzo.
¡Oh romanza que gustas cantar, la frente adormecida y las alas plegadas, entre las hojas verdes agitadas a lo lejos sobre algún lago umbrío, tú has sido para mí un papagayo de vivos colores, un pájaro muy familiar; tú me has enseñado a leer mi alfabeto, a balbucear todas mis primeras palabras, mientras que, niño de mirada sagaz, me hundía en huraños bosques.
Vino a posarse de nuevo sobre el barandal del balcón. ¡Sí, estaba allí el Papagayo de Huichilobos, al alcance de nuestras manos, y no osábamos tocarlo! Contuvimos la respiración y no nos movimos durante largo espacio de tiempo, fascinados por el inesperado suceso. Con no sé qué supremo esfuerzo de la voluntad, el Padre Montero súbitamente procuró apresarlo.
La polémica sobre si Belarmino sabía lo que se decía o, por el contrario, hablaba como un papagayo, repitiendo palabras vacías y sin trabazón, se enconaba y complicaba más y más, porque nadie había allegado todavía prueba concluyente, de una parte ni de otra. El Estudiantón no desesperaba de formar el léxico completo belarminiano con su correspondencia clara.
Y porque Dios había cometido la indiscreción de hablar, el hombre tuvo que callarse a perpetuidad, o hablar sólo para repetir, como papagayo sin plumas, la palabra divina, que vino a ser la túnica de Neso de la inteligencia humana.
Al verlo me sentí de nuevo avergonzado y culpable. ¡Hola! Dije, procurando demostrar completa tranquilidad. ¡Cuánto gusto de verte! ¿Quieres que demos un paseo por las márgenes del río, antes de que llegue la noche? Rafael, exclamó, sin hacer caso de mi pregunta. ¿Te acuerdas del papagayo de Huichilobos que viste ayer? Sí, dije casi como un reto. ¿Se descubrió ya el autor del atentado?
Palabra del Dia
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