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Al fin pasó el ómnibus que va á Luxemburgo por las Tullerías y el Puente Nuevo, y subí al imperial. Me parece que voy sentado sobre la azotea de una pequeña casa ambulante. A los veinte minutos estábamos en nuestro destino, despues de haber atravesado varias calles estrechas que no se parecen en nada á las anchas y bulliciosas del otro Paris.

Quise en Argentina cultivar la tierra, pero fracasé completamente, y volví al periodismo vagabundo, lo que me hizo marchar de República en República, siempre hacia el Norte. No recordemos esta época de literatura ambulante y servil. Otro, tal vez estaría orgulloso de ella, y hasta escribiría sus Memorias.

Pero más aún que el bazar de objetos de arte donde tantas formas y colores, estilos e ideales artísticos la marcaban al fin y al cabo, gustaba Lucía de un puesto ambulante al aire libre, de los muchos que había cerca del Casino, situados al borde de la acera.

Betina fumaba, fumaba, con los ojos azules e ingenuos, en un éxtasis de arte. ¿Qué pensaría aquella linda cabeza de paje provenzal, tan exquisita, tan femenina y al par tan rebelde y tan misteriosa? Después, llegaba Fantomas, el rey de los ladrones. Nosotros no le tomamos nunca completamente en serio. Nos parecía un folletín ambulante.

Esta mañana me he detenido a la sombra de un viejo olmo, alrededor del cual, ciertos días de fiesta, los jóvenes, sin otro concierto que el que les daba un pobre músico ambulante, se reunían para dar muestras de su fuerza y agilidad, mientras que los ancianos, emocionados por los más deliciosos recuerdos, se contaban entre ellos algún acontecimiento notable de su juventud, ocurrido en semejante día.

Este hombre era don Francisco de Quevedo y Villegas, gran filósofo, gran teólogo, gran humanista, gran poeta, gran político, gran conspirador, caballero del hábito de Santiago, señor de la torre de Juan Abad, epigrama viviente, desvergüenza ambulante, gran bufón de su siglo, que acogía con carcajadas convulsivas las verdades que le arrojaba á la cara.

Por último, acordáronse de un virtuoso anciano, muy querido de todos por su carácter angelical, y respetado de sus mismos superiores por ser el más antiguo y el más docto de los monjes, crónica viva y archivo ambulante de la historia, usos y tradiciones de la casa.

Después anota algunos acontecimientos de poca importancia, al parecer, pero que en los pueblecitos son acontecimientos verdaderos, como por ejemplo: 26 de agosto. Ayer ha venido aquí un mercader ambulante. Cuando estas gentes aparecen por aquí, el otoño se acerca. Esto fue un acontecimiento para los niños del lugar.

Hay otro zapatero de viejo, ambulante, que hace su oficio de comprar desechos... pero éste regularmente es un ladrón encubierto que se informa de ese modo de las entradas y salidas de las casas, de... en una palabra, no tiene comparación con nuestro zapatero. Otra multitud de oficios menudos merecen aún una historia particular, que les haríamos si no temiésemos fastidiar a nuestros lectores.