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En efecto; gracias a una mecánica habilísima, auxiliada de la química y de otras maravillosas disciplinas, en lo interior de cada figura empieza el corazón a moverse, corre la sangre por arterias y venas, el pulmón recoge aire y hace mil operaciones con él, y, por último, y para no cansar, suben hasta los sesos muchos átomos de fósforo y de otras esencias volátiles, se cuelan allí, como Pedro por su casa, en varias celulillas, y a poco rato, como de los gusarapos, orugas y otros gusanillos, salen mariposas, beatillas y mosquitos, brota multitud variada de pensamientos y sentimientos buenos y malos, que no tardan en convertirse en crímenes o en hazañas, en sermones morales o en discursos subversivos, en obras de caridad o en estupros y asesinatos.

La gente humilde y trabajadora, los ganapanes y destripaterrones, que sudan y se afanan para procurarse el sustento, son como las orugas y como los míseros gusanos, que se arrastran con lentitud, que se esconden entre el follaje, y que no pueden ejercer otra función sino la de nutrirse, mientras que y otros como , siempre bien nutridos y exentos de tan ruin cuidado y de menester tan vil, sois como las mariposas, que desplegáis a la luz del sol los nítidos colores de vuestras alas, que voláis entre las flores, que libáis el néctar de sus cálices y que gozáis de amor y de gloria.

No es eso; pero dice que el hombre es libre, y nosotros no lo creemos: escribimos contra él libracos que no lee; y apénas si nos ha oido mentar, puesto que nos acaba de condenar, como un propietario que manda extirpar las orugas de su huerto.

Entre ella se destacan, como orugas luminosas, los primeros tranvías conductores de semidespiertos obreros que se dirigen a sus tareas y a intervalos se oye el seco trac-trac de los pequeños carritos que, al salir del conventillo, caen del umbral a la acera y de ésta a la calle, conducidos por el ambulante vendedor de verduras, que se dirige veloz hacia el mercado de Abasto en busca de la enormemente copiosa provisión de hortalizas con que hace un nutrido «agosto» en el breve espacio de cada mañana.

Hallolo en la huerta totalmente abstraído en la contemplación melancólica de un pie de berza en que las orugas se habían ensañado. Andrés no anduvo con rodeos. Se lo anunció de golpe y porrazo. Tío, mañana me voy. El pie de berza se sintió abandonado súbitamente. ¿Cómo... cómo... cómo? Que mañana me marcho. ¡Pero así, tan de repente! ¿Qué mosca te ha picado, chico?

Se habían sentado frente al mar, saboreando la rumorosa calma, en la que se confundían los estremecimientos de los pinos, el profundo rodar de las espumas invisibles, la respiración de la llanura azul, los crujidos de la tierra, rozada por los rosarios de hormigas, por las procesiones de orugas, por la labor tenaz de los escarabajos, y conmovida al mismo tiempo en sus entrañas por el despertar de las raíces.