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Lo estaremos desde hoy en adelante. Para concluir, os voy á decir lo último en que debemos quedar convenidos, y eso porque es urgentísimo. Sepamos. Destierro del padre Aliaga. ¡Hum! ¡eso es algo difícil! ¡Destierro del padre Aliaga! dijo Uceda, como quien repite una orden que no admite réplica. Haré cuanto me sea posible. Separación del lado del rey y de la reina. Bien.

Maximina levantó los ojos hacia la cocinera y luego los volvió hacia Miguel con una expresión entre cándida y maliciosa, sospechando alguna broma. Cuando mi amigo se dirigió a ella preguntándole cómo estaba de salud, no le contestó más que ¡hum! sin levantar la cabeza siquiera.

Habéis dicho mujer. He dicho hija. Y bien, ¿qué tenéis vos que decir de mi hija?... ¡Hum! ¡nada! ¡pero haberse estado vuestro sobrino hasta las tres en vuestra casa, y no haber parecido cuando le buscaba la justicia! Mi hija no conoce á su primo. Pero como tal primo es tan hermoso y tan atrevido... replicó la señora María.

El duque, repantigado en el único sillón que había en el despacho de Llera, mientras éste se mantenía frente a él de pie dando vueltas en la mano a unas grandes tijeras de cortar papel, paseó tres o cuatro veces de un ángulo a otro de la boca el negro y mojado cigarro, sin contestar a las últimas palabras de su secretario. Al fin gruñó más que dijo: ¡Hum! El ministro está cada día más terco.

Sin embargo, esos son ladridos de perro, tío. ¿Habrá en el bosque algún cazador europeo? exclamó Van-Horn. ¿Aquí, en esta selva tan alejada de los puertos que frecuentan los buques? Algún explorador, señor Stael. ¡Hum! Lo dudo, Van-Horn. ¿Y cómo puede haber aquí un perro sin amo? Pero ¿será un perro? ¿Y qué puede ser? Esos son ladridos.

¡Hum! me sonreí Sería muy largo, infinitamente largo de contar... En fin, me voy. María Elvira fijó aún los ojos en , y su expresión, preocupada y atenta, se tornó sombría. Concluyamos, me dije. Y adelánteme: Bueno, María Elvira... Me tendió lentamente la mano, una mano fría y húmeda, de jaqueca. Antes de irse me dijo ¿no me quiere decir por qué se va? Su voz había bajado un tono.

Bebieron otra copa, y su efecto fue tan prodigioso en el alma tradicional del barón, que se puso inmediatamente a bailar el zapateado inglés sobre la mesa, sin que Fray Diego dejase por ello de verter abundantes lágrimas. ¡Hum! No me gusta este baile de extranjis manifestó al fin bajándose de un salto; prefiero la danza prima. Ven acá, tío Diego...

Para eso no se olvidaban de ! Mi hombre se puso serio y me miró detenidamente. ¿Sabe lo que pienso, compañero? Diga. Que usted es el individuo más feliz de la tierra. ¿Yo, feliz?... O más suertudo. ¿Entiende ahora? Y quedó mirándome. ¡Hum! me dije a mismo: O yo soy un idiota, que es lo más posible, o este galeno merece que lo abrace hasta romperle el termómetro dentro del bolsillo.

Pero se dirigió a su casa, y en la puerta le recibió la Loca con cabriolas de gozo, olisqueando el hinchado pañuelo, que se estremecía con palpitaciones de vida. Toma, perdida dijo jadeante por el calor y el cansancio de la carrera ; aquí tienes tus granujas. Por esta vez pase, te lo perdono, porque eres un animal y no sabes cómo las gasta Pepe el carretero. Pero otra vez... ¡hum!... a la otra...

Juan guarda silencio, y Gertrudis le pasa fuertemente el cepillo por la espalda. Apuesto cualquier cosa a que todavía no os habéis besado. Gertrudis deja caer de pronto el cepillo. Juan dice: «¡hum!» y se entrega afanosamente a la tarea de hacer girar a lo largo del cepillo de hierro que hay delante de la puerta una de las rosetas de sus espuelas. ¡Es preciso! ¡Vamos!