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Actualizado: 5 de julio de 2025
Pero yo lo llevé a un lado y le dije: Vuelva a su casa, mi querido pastor, y haga que su mujer le dé un buen grog. Su túnica me parece un poco liviana. Hum... contestó con expresión maliciosa; nadie lo diría, pero tengo debajo una levita. No importa repliqué; será mejor que se vuelva. Del joven me encargo yo; sé mejor que usted dónde tiene la herida. Y nos dejó solos.
No me explico esto, señor Van-Stael contestó el piloto . ¡Como no sea que tenga el junco alguna avería! Sin embargo, navega bien. Perfectamente dijo Van-Horn. Más adelante trataremos de averiguar de qué depende este defecto que no había notado antes. Ponte al timón, Horn. ¿Qué ruta? preguntó el marino subiendo al castillo. Nornoroeste, derecho a la isla Wessel. ¡Hum!
¡Hum! dijo el cocinero mayor . Pero eso no quita el que yo tenga encima un proceso. ¿Y sois vos en efecto quien ha matado al sargento mayor? dijo Luisa, cuya voz estaba perfectamente serena. Os diré... no lo puedo asegurar... no sé de fijo si le he matado ó no. ¿Que no lo sabéis? pues entonces ¿quién lo sabe? ¡Dios! Pero explicáos.
Debían de encontrarse en el punto indicado por el hombre de Yécora, entre la puerta de Mercadal y la de Paganos. Efectivamente, el sitio era aquél. Distinguieron los agujeros en el muro que servía de escalera; los de abajo estaban tapados. Podríamos abrir estos boquetes dijo Bautista. ¡Hum! Tardaríamos mucho contestó Martín . Súbete encima de mí a ver si llegas. Toma la cuerda.
La cólera la hacía tartamudear, saliendo de su boca desprovista de dientes unos ruidos extraños. ¡Hum! gruñó Nuncita, torciendo el hocico con mueca de mimo. ¡Niña, no me enfades! gritó su hermana mayor. ¡No quiero, no quiero! repitió aquella criatura indómita con decisión. Y al mismo tiempo se levantó de la silla y arrastrando los pies se fue a refugiar en el gabinete.
¡Hum!... No baja ese palo casi nunca... Mediante una creciente grande, solamente. ¡Lindo palo! Te gusta palo bueno, a usted. Y usted lleva buen gramófono. ¿Conviene? El mercado prosiguió a son de cantos británicos, el indígena esquivando la vía recta, y el contador acorralándolo en el pequeño círculo de la precisión.
¡Hum, hum! gruñó el escribano, cogido en el garlito. ¡Eh!... ¿qué tal?
¡Hum!... ¡es una suerte! ¿Quieres decirme ahora porqué a pesar de mis lecciones y consejos, te has comportado anoche de una manera tan inconveniente? Especificad las acusaciones, tío. Sería cosa de nunca acabar, pues todo lo que has hecho, ha sido inconveniente; parecías una loca.
Sin embargo, algunas dudas lo asaltan. «Ahora, general le dice alguno , la nación se constituirá bajo el sistema federal; no queda ni la sombra de los unitarios. ¡Hum!, contesta meneando la cabeza, todavía hay trapitos que machucar . Y con aire significativo añade: Los amigos de abajo no quieren Constitución.» Estas palabras las vertía ya desde Tucumán.
¡Ah! señor cura repliqué rápidamente, si Francisco I y Buckingham estuvieran aquí, no se harían rogar mucho para amarme, y yo estaría contentísima. ¡Hum! El cura halló la respuesta desprovista de ortodoxia y susceptible de enojosas interpretaciones, y abandonando inmediatamente tan escabroso tema, me aconsejó resignación.
Palabra del Dia
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