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La cólera la hacía tartamudear, saliendo de su boca desprovista de dientes unos ruidos extraños. ¡Hum! gruñó Nuncita, torciendo el hocico con mueca de mimo. ¡Niña, no me enfades! gritó su hermana mayor. ¡No quiero, no quiero! repitió aquella criatura indómita con decisión. Y al mismo tiempo se levantó de la silla y arrastrando los pies se fue a refugiar en el gabinete.

La palmada del senador y su sonrisa le trastornaron, hasta el punto de hacerle tartamudear. Pensó que era necesario tener largo trato con las personas para conocerlas. Aquel señor había sido para él un burgués despreciable y ridículo, un pedantón huero... He aquí los inconvenientes de juzgar de lejos a las personas.

Tenía doce años y pasaba con razón por un muchacho imbécil: no sabía leer sino silabeando torpemente; las letras, formadas en línea, nublaban mis ojos, y al querer mover la lengua para pronunciar las palabras, la sentía amarrada por ligaduras crueles, que me hacían tartamudear y sentir delante de los extraños la herida profunda y venenosa del ridículo.

Temblando de miedo ante furia semejante, el viejo servidor tuvo que tartamudear: Es cierto, señor vizconde, es cierto... En Francia hay un rey... Hay un grande y magnánimo rey, «François I». Hay... un grande... y magnánimo... rey... «François I»... ¡A quien Dios guarde muchos años! A quien Dios guarde muchos años...