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Y fue el primero la aparición de un extraño fenómeno a las puertas de Madrid, que vino a causar al marqués de Villamelón un pavor tan grande, como no lo causó nunca Catilina a las puertas de Roma, ni Mahomet II a las de Constantinopla, ni Isabel la Católica a las de Granada, ni Guillermo I a las de París. ¡La trichina!...

Cuando se lee El monstruo de Barcelona, de Juan Hidalgo; El sastre rey, un criminal ó el encantador de Astracán, de Antonio Frumento; El horror de Argel ó el encantador Mahomet, de Juan Fernández Bustamante, se comprende hasta qué extremo inconcebible llegaron los extravíos y delirios de tales autores.

Comandaba su cuerno derecho Mahomet Ciroko, virey de Alejandría; el dey de Argel, Aluch-Alí, comandaba el izquierdo, y el bajá Alí-Pachá se mostraba en el centro de la batalla con un gran número de naves, y otra formidable escuadra formaba a retaguardia. En media luna avanzaban la una contra la otra las dos formidables flotas.

Son comparsas del club de Holbach que recitan en versos alejandrinos fragmentos de filosofía rimada. El tipo de Mahomet era uno de los que estaban por hacer; él lo ha intentado y ha fracasado; y es, no obstante, en esta obra, donde él ha probado por una vez que no carecía del espíritu de invención.