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Actualizado: 6 de mayo de 2025
¡No lo sé, Hojeda, no lo sé!... Señores, aguardemos, ya que doña Martina no quiere decirlo manifestó Romillo. D. Bernardo no puede tardar mucho. Tardó, sin embargo, más de lo que contaban; un buen cuarto de hora lo menos. Al fin se oyó en el pasillo algo como repiqueteo de armas y espuelas, y apareció en la puerta el Sr. de Rivera vestido de máscara. Gran asombro en todos los circunstantes.
Hojeda no se casa prosiguió la señora, por no abandonar su vida de solterón egoísta. ¿Quién le quita a él de dar su paseíto por la mañana en el Retiro, su sermoncito por la tarde en las Calatravas o en la Encarnación, sus toros o novillos los domingos, etc., etc.? Sepamos lo que está comprendido en esas etcéteras, D. Facundo manifestó el coronel. Hojeda le miró con ira, y no contestó.
Subieron hasta la guardilla; los niños se detuvieron delante de una puertecita. Aquí es dijo el mayor. Hojeda llamó con los nudillos de los dedos, pero nadie contestó. No habrá venido todavía mi madre manifestó el mismo chico. ¿Y qué os hacéis cuando llegáis antes que vuestra madre? Nos sentamos en la escalera.
Mas pronto se consolaba, que en su edad las penas no abren surco profundo en el corazón, y aceptaba la vida monótona y holgazana del colegio con gusto. Su respetable tío D. Bernardo Rivera venía a visitarle de vez en cuando, y si él no podía hacerlo a causa de sus graves ocupaciones, comisionaba al bueno de Hojeda, para que fuese en su nombre. Miguel prefería estas visitas por representación.
Romillo lo esclareció de un modo notabilísimo; entre otros datos importantes, hizo saber que Mario había dado orden a L'Hardy, el pastelero de la Carrera de San Jerónimo, de que no vendiese más botellas de champagne, pues probablemente necesitaría él las existencias que hubiese. ¡Ave María purísima! ¿Pero se las va a beber todas? exclamó cándidamente Hojeda. Sí señor repuso gravemente Romillo.
Entraron, pues, en la cocina, donde los pinches, el cocinero y algunos mozos que allí estaban los examinaron con sorpresa. Hojeda ordenó que al instante frieran un par de chuletas: el cocinero, al saber de lo que se trataba, se puso a prepararlas con gran prisa; los pinches también desplegaron toda su actividad.
Sólo para esta broma había comprado y traído el estereoscopio. Hojeda apartó instantáneamente los ojos horrorizado, y encarándose con el coronel, le preguntó con retintín: ¿Y le gusta a V. esto, coronel?... ¡No están malas columnas! El coronel le miró sorprendido. A ver, a ver... dijeron todos. Romillo volvió a colocar la vista primitiva, que fue muy celebrada.
En esto se abrió una puertecita contigua a la primera y apareció un hombre en traje de obrero, con una lamparilla de petróleo en la mano. Al ver a aquellos señores les dio las buenas noches y les preguntó lo que deseaban. Hojeda le explicó el caso en pocas palabras.
Y se dirigió a su hija con la mano levantada: esta circunspecta joven lo hubiera pasado mal a no ponerse en salvo corriendo en torno de la mesa; doña Martina no pudo atraparla: al mismo tiempo, lo mismo Hojeda que el coronel, procuraron poner paz.
Si te parece dijo tímidamente D. Facundo, entraremos en el café del Prado que es el más próximo: conozco al dueño. Adelante; vamos al café del Prado. Cuando llegaron a él, Hojeda propuso que entrasen por el portal, donde había una puertecilla que comunicaba con la cocina; así evitaban la exhibición.
Palabra del Dia
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