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Actualizado: 2 de junio de 2025
Envía esos niños a la cama ordenó D. Bernardo. Ahora, ahora; en cuando lleven a Miguel a su casa repuso la señora. Estoy esperando que el criado concluya de comer. El puerto de la Habana dijo Romillo poniendo el estereoscopio delante al coronel. Su país de V. dijo Eulalia a Valle, con un amago de sonrisa. ¿Tiene V. deseos de ver su tierra? preguntó doña Martina.
Los tertulios fueron depositando un beso en la frente de la criatura, procurando no despertarla, y la nodriza se retiró. Terminaron al fin las vistas. Romillo guardó su estereoscopio, no sin recibir antes algunas miradas como saetazos del indignado Hojeda.
Romillo dio acerca de este punto pormenores no menos interesantes: uno de los reos no había quedado muerto en el acto; se levantó pidiendo misericordia; el confesor trató de interponerse entre él y los cañones de los fusiles; pero el General que mandaba las tropas acudió, y alzando la espada lleno de cólera, le dijo: ¡Padre cura, a su puesto, o le fusilo a V. en el acto!
En torno de él se agruparon inmediatamente todos, exceptuando el jefe de la familia, a quien no podían interesar tales bagatelas, y Romillo fue colocando las vistas y mostrándoselas, explicando previamente lo que significaban. Alrededores de Nápoles... Ahí tienen VV. el Vesubio a un lado... el golfo debajo...
¡Hombre, muy hermoso!... No sabía yo que en Constantinopla hubiese un templo semejante. ¡Qué columnas tan preciosas! ¡qué columnas!... Vea V., D. Facundo, vea V. dijo Romillo quitándoselo al coronel y poniéndoselo delante al boticario. Al mismo tiempo apretó un resorte que el aparato tenía, y trocó la vista del templo por la de una figura obscena.
Doña Martina, el coronel, Romillo y Hojeda, formaban el núcleo de la tertulia, departiendo alegremente en torno de la mesa, mientras el señor de Rivera se mantenía un poco alejado de ellos con un periódico en la mano.
Se bebe por término medio una docena de botellas todos los días. ¡No haga V. caso, hombre! exclamó doña Martina riendo. Este Romillo siempre tiene ganas de bromas. Se las beberán entre él y sus amigachos. Estaban a los postres. Romillo y Valle fueron invitados a tomar café y se sentaron a la mesa.
Vicente consiguió también ejercer poderosa influencia en ella, particularmente en lo que tocaba al orden y la etiqueta: los criados considerábanle como su jefe inmediato, y hacia él volvían los ojos siempre que iba a hacerse algo que no fuese la rutina de todos los días. Doña Martina a cada instante le preguntaba: Vicente, ¿dónde colocamos a Romillo?
¡No lo sé, Hojeda, no lo sé!... Señores, aguardemos, ya que doña Martina no quiere decirlo manifestó Romillo. D. Bernardo no puede tardar mucho. Tardó, sin embargo, más de lo que contaban; un buen cuarto de hora lo menos. Al fin se oyó en el pasillo algo como repiqueteo de armas y espuelas, y apareció en la puerta el Sr. de Rivera vestido de máscara. Gran asombro en todos los circunstantes.
Eulalia le escuchaba sin disgusto, que era lo mejor que podía esperarse de esta severa doncella. Al fin Romillo llamó la atención de todos, sacando del bolsillo del gabán un lindo artefacto, que según dijo le acababan de enviar de París.
Palabra del Dia
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